Opinión

Había dinero

El personaje siempre me ha recordado a Juan Tamariz, el ilusionista, pero con menos gracia, aunque presume de agudeza y sentido del humor. Su gesto supremo me pareció trágico cuando las encuestas anunciaban los estertores de la égida de Zapatero, quien para aprobar sus últimos presupuestos generales del Estado pedía consenso para vadear la crisis anunciada. Le negó la sal y el pan con aquella frase, monumento del cinismo: “Dejad que España se hunda, que nosotros la levantaremos”.

Sí, estoy hablando del ministro de Hacienda. Quien se diferencia de Tamariz en que el prestidigitador crea ilusiones falsas para hacer felices a los espectadores. Mientras, Montoro lleva más de un lustro falseando las ilusiones para embaucar al público. En este tiempo, con un tesón indestructible, ha conseguido ganarse la inquina de los más amplios sectores de las clases medias y bajas. No sé si las altas le habrán llevado flores y velas a su altar, pero me temo que ni ahí ha alcanzado la gracia divina.

Con ocho meses de retraso, por fin ha presentado los presupuestos para este 2018 de la España rescatada de las hordas rojas, quienes permitieron al país vivir por encima de las posibilidades que el capital está dispuesto a tolerar. En el acto de presentación, lo he visto alicaído, acorralado contra la pared por el avance en las encuestas favorables a Ciudadanos. Acusando cínicamente a los socialistas de insolidarios e irresponsables por no prestarle los cinco votos necesarios con los que seguir practicando sus trucos.

Si no fuera que la tragedia del personaje es el infortunio del país, habríamos de alegrarnos al verlo tomar su propia cicuta, recoger velas y dejar de señalar con el dedo del miedo, ocultar su mano de tirar primeras piedras libres de culpa y tener que someterse a los intereses de partidos ajenos… La soberbia de antaño, pasada por el descaro, se le ha derretido en la sonrisa.

Algún día se recordará a Cristóbal Montoro como el artífice del empobrecimiento de las clases medias y bajas de esta parte del mundo, llamada España. Como Rodrigo Rato, su mentor un día, no pasará a la historia por haber levantado el país como fanfarroneaba, sino por abrir una gran trinchera entre riquísimos y depauperados. Por romper el compromiso entre generaciones para proteger a los jubilados. Por haber cerrado puertas en la sanidad y la educación con recortes económicos injustos y políticas privatizadoras. Por haber propiciado los negocios armamentísticos y los pelotazos de la banca…
Toda esa historia está escrita en los tres presupuestos Generales del Estado que ha dirigido –incluido el que acaba de presentar-.

Porque en el truco de la distribución del dinero es donde más nítidamente se refleja la realidad ideológica de quienes los diseñan y ejecutan. Y en estos últimos, con el azote de las encuestas y con las protestas de jubilados y funcionarios, la prestidigitación ha quedado al descubierto. Desnuda. En la caja de doble fondo no había conejos sabios, estaban ocultos los cuartos. Sí había dinero. O eso parece, porque a lo peor se trata de otro nuevo engaño y todas esas subidas electoralistas solo siguen perteneciendo a la tramoya del espectáculo.      

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