Opinión

La conspiración

Contra lo que se tiende a pensar, en la vida pública casi nada es casual, excepto los errores. Las actuaciones de Vox, como la protagonizada por Ortega Smith en el ayuntamiento de Madrid, al oponerse a condenar la violencia de género machista, se corresponden con una estratégica de orden superior al propio partido ejecutor. La laxitud de un importante sector del PP, ante semejantes actitudes insolidarias, no es de índole ideológica general de la derecha democrática. Obedece a una intencionalidad no visible para retornar al poder del Estado enarbolando una radicalidad estructurada en los rincones de pensar. La pérdida de poder y representatividad de Ciudadanos al aliarse con Vox y PP, no ha sido en primera instancia consecuencia de la deserción de votantes. Antes, por encima de Albert Rivera, se han construido los desaciertos y se ha minado la imagen del líder para abocarlo al fracaso, para abandonarlo a su suerte después de haberlo acercado a los altares.

La disociación de los dirigentes históricos del PSOE, de las acciones de Pedro Sánchez al tratar de mantener a la socialdemocracia en el Gobierno, no es un simple giro acomodado en los sillones de personajes como Felipe González o Alfonso Guerra. El guionista de esta película ejecuta a la perfección las líneas oscuras marcadas para la acción pública que les interesa. El independentismo no está en ebullición como consecuencia de un elemental devenir histórico. Intereses internacionales de desestabilización juegan sus cartas en Cataluña. Al mismo tiempo, la patronal ha vuelto a las mesas de juego marcando paquete ideológico, desde hace años velado. Y, en común con la Iglesia tradicionalista, aboga por exigir como mal menor un gobierno de concentración, al margen de sus cuestiones empresariales. También ellos deben estar dentro de los planes secretos.

¿A que todas estas pistas dan material para crear una explicación del desconcierto político que vivimos? Escuchar a Aznar, anatemizando la hipotética presencia de los comunistas en el Consejo de Ministros, nos devuelve a los rumores franquistas donde les atribuían cuernos y rabos. La oposición cerril al diálogo con los independentistas se asemeja a aquella frase atribuida a José Calvo Sotelo: “España antes roja que rota”. Los inesperados e inexplicados giros de Sánchez, ocultamente acorralado, tendiendo manos a Podemos… ¿No son también síntomas de la gran conspiración de los poderes fácticos?

A mí me cuesta creer en la existencia del lado oscuro moviendo los hilos de nuestra existencia. Pero, como digo al inicio, en las directrices políticas casi nada es casual y me inquietan los extremismos, tanto de derechas como de izquierdas. Estamos viviendo una ola conservadora internacional que se mueve fuera de los cauces del bien y del progreso común. Corrientes que parecían anuladas han eclosionado con una vitalidad sorprendente. Estamos viendo, sin poder evitarlo, como en toda Europa la extrema derecha se instala en las instituciones para romper la U.E. Igual que los independentistas quieren romper España. Los demócratas, por serlo, admitimos su juego dentro de nuestro ordenamiento aun sabiendo que nosotros no cabemos en el que ellos aspiran a instalar. ¿Reside ahí el error?

Una explicación coherente no resulta fácil y, por tanto, la idea de la conspiración, de las luchas subterráneas, toma cuerpo y se populariza cada día, con cada noticia, con cada giro o con cada desfachatez del extremista de turno.      

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