Opinión

Los libros y la literatura

Se decía que en el Siglo de Oro cada español llevaba bajo el brazo una obra de teatro buscando estrenarla. El escenario era el cauce de la comunicación de masas y el más alto exponente de la literatura. Luego llegó la novela y los escenarios fueron perdiendo fuelle sin desaparecer. Aquellas miles de comedias, dramas y tragedias desaparecieron para siempre. Los españoles y españolas –a veces escondidas tras seudónimos masculinos- decidieron llevar en sus maletines una novela. La proporción parece que no ha cambiado, si entonces no había autor sin compañía y escenario, hasta finales del siglo XX tampoco florecía un escritor sin editor dispuesto a arriesgar por su buen original. Las novelas mediocres dormían en los cajones de las mesillas de noche.

Entonces llegó la era tecnológica abriendo las puertas a cualquier tipo de publicación. Podríamos decir que las técnicas socializaron la creatividad, en apariencia una revolución cultural sin precedentes. A poco que tengas unos miles de seguidores en las redes, que pases por una escuela de escritores, o puedas desembolsar un puñado de euros… verás tu esfuerzo impreso o digitalizado sin que los criterios de calidad sumen puntos. Por lo menos los allegados aplaudirán tu osadía. De alguna manera, los circuitos “culturales” se han quebrado. Los sueños de aquellos dramaturgos anónimos del Siglo de Oro se han hecho realidad. Todo sube a escena.

Estos días se está celebrando la más importante feria del libro del mundo en Frankfurt con España como país invitado. Es una convocatoria a la que, especialmente, los editores van para mostrar su fuerza y capacidad de negocio. Donde se venden y compran derechos. Los creadores también pueden pulular por allí, pero son invitados de segunda, como sucede en LIBER, la más notable convocatoria del sector del libro en España, que semanas atrás cumplió cuarenta años. En ambas muestras la pujanza del comercio editorial se ha puesto de manifiesto haciendo que los pulmones de los fabricantes de libros se llenen de optimismo.

Estuve y paseé por LIBER en Barcelona. Me sorprendieron dos imágenes. Una, la literatura infantil y juvenil se ha convertido en la estrella de la edición, superaba con mucho la presencia de otros géneros. Dos, la falta de nombres con proyección en lo editado para adultos. Abundaban los títulos colgados de las tragedias personales de sus firmantes o del oportunismo a la búsqueda de “nichos” de género, violencia, igualdad, inmigración… Sospeché que muchas eran autoediciones disfrazadas. Un importante editor madrileño me dijo que por ahí iban los tiros, que había que llenar los estantes de las librerías esperando un “mirlo blanco que pegara” y cerrándoles el paso a los “intrusos” de las redes. El mercado manda también en la industria cultural como en los de la venta de naranjas o zapatos.

Hace tiempo que llegué a la conclusión de que el éxito de un libro no se debe a la autoría ni a la calidad, sino a la gestión de los comerciales. Y he escrito en más de una ocasión que de la producción actual, incluida la mía, no trascenderá casi nada. En Barcelona, una veterana editora catalana me dio la razón diciendo que de la mayoría de los títulos “no se vende un centenar de ejemplares” por lo que las tiradas se han reducido hasta arrugarse como un gusano de la seda. Ella y yo, frente a unas cervezas, unimos el mutuo pesar, seguramente consecuencia de nuestro anacronismo cultural, alegrándonos de la pujanza del comercio editorial y lamentando la decadencia de la buena literatura.

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