Opinión

Marisol / Pepa Flores

A los cuarenta días de nacer mi madre me llevó al cine, una vez cumplida su cuarentena y haber pasado yo por la pila bautismal. Dos preceptos ineludibles en aquella época de cartillas de racionamiento y agua bendita. Luego me siguió llevando todos los días de mi infancia, hasta que no me permitieron pasar a las películas clasificadas para mayores, 3R principalmente. Puedo decir con orgullo que aprendí a hablar y a imaginar viendo cine. 

Inoculado el vicio, no me perdía una sola función antes de que a mi pueblo llegaran los televisores en blanco y negro. En la sala de butacas del Imperial Cinema, fundado como Teatro Santa Isabel, me enamoré de las actrices de moda y quise ser unas veces Humphrey Bogart, otras Clark Gable, Cary Grant, Gary Cooper, Errol Flynn o Marlon Brando para amar a Ava Gardner, a Ingrid Bergman, a Katharine Hepburn, a Lauren Bacall, a Lyz Taylor o a Sofía Loren. Sin embargo de quien verdaderamente quedé prendado para siempre, a los nueve años, fue de Marisol viendo “Un rayo de luz”. Nunca me perdí sus películas. Y tengo que decir, sin rubor, que cuando ahora pasan alguna por la tele la veo con más ilusión y sentido crítico que nostalgia.

Sin ser en absoluto mitómano, he seguido la trayectoria artística y vital del personaje Marisol/Pepa Flores porque es para mí una gran radiografía de muchos procesos vitales de quienes nacimos en los aledaños de la posguerra y durante el asentamiento del franquismo. A imitación de la propaganda de Hollywood, y como antes había sucedido en la Alemania nazi, la dictadura de Franco también fundó su cine propio, además de controlar las cadenas de radio, periódicos y el famoso NO-DO. Necesitaba de una industria cinematográfica servil para proyectar la imagen de una España edulcorada y feliz, para vender “el milagro español” vencedor de la “caótica y disolvente” República. Un cine vigilado por la Iglesia y la censura. Deudor de las subvenciones oficiales, dirigido al público familiar de las clases medias y obreras.

En ese caldo de cultivo nacieron pequeños mitos como Marisol, Pili y Mili, Joselito, Rocío Dúrcal o Pablito Calvo. Cada uno tiene su palmarés, sin embargo la personalidad de Pepa Flores, al salirse del molde, se pegó al paso de la historia de una manera extraordinaria. De extracción humilde, descubierta en los Coros y Danzas de la Sección Femenina, pasó a ser mito del régimen y sueño anestésico para nuestra generación. Casada a los 21 años y absorbida por la familia de productores, que la descubrió y explotó, fue capaz de romper con la engañosa gloria y, como nos sucedió a muchos, alinearse con el pensamiento de izquierdas, que nos habían sustraído, para entender el mundo y entenderse a sí misma.

La ideología machista imperante le atribuyó aquel giro a su vida sentimental con Antonio Gades y la derecha cinematográfica, que la consideraba suya, le dio la espalda. Sin embargo, hoy sabemos que dentro de Pepa Flores hay una personalidad muy sólida, una artista equilibrada y su mito refleja todo un proceso de la Historia reciente de España. Como colofón, mañana en su tierra malagueña, la Academia del cine español le entregará el Goya de Honor y no se sabe si acudirá a recogerlo. Si yo pudiera aconsejarla le pediría que se dignara, porque el suyo es también un premio a las últimas generaciones de este país que nacieron y fueron educadas frente a las luces y sombras de la gran pantalla.

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