Opinión

Mingorrubio

El cementerio de El Pardo, en Mingorrubio, también puede ser un símbolo franquista. Se ha sacado la momia del dictador de Cuelgamuros y se le ha dado nueva sepultura en un lugar rodeado de los suyos. Ahora se encontrará menos solo de como lo estaría en la catedral de la Almudena, y más protegido anímicamente de cuanto lo estaba en el gran mausoleo de la dictadura. En alguna ocasión me he preguntado, yo que apenas creo en el más allá, hasta dónde habría de sentir terror su espíritu, cercado por las almas de las propias víctimas. 

Incluso me he entretenido especulando sobre el propósito por el cual decidió rodearse de miles de cadáveres enemigos. Podían ser tres. Uno, aparentar arrepentimiento y concordia –el más difundido-. Dos, proteger su momia con ese confuso escudo de despojos de rojos y republicanos. Y tres, un ejercicio de masoquismo eterno, una autocondena perpetua sin cláusula de revisión. Sea como fuere, los tres objetivos han quedado invalidados desde ayer, 24 de octubre de 2019, en vísperas de cumplirse el 127 aniversario de su nacimiento en O Ferrol (ya no del Caudillo).

Ahora en Mingorrubio lo habrá recibido reconfortada el alma de su difunta señora, Carmen Polo. Un cadáver solitario y olvidado, puesto que desde la hora final del sepelio nadie de la familia ha hecho la caridad de visitarlo. Ni la difunta hija ni la legión de descendientes, felizmente instalados y protegidos por la oscura fortuna heredada, le han llevado unas miserables flores por el Día de Difuntos y de todos los Santos. Realidad que transmite hasta dónde llega el desapego de los Franco al matrimonio fundador de la estirpe. Y cuán hipócrita ha debido de ser la defensa para mantener al dictador en el mausoleo faraónico. Quiero imaginar las visitas de buena vecindad que estos días recibirá el fantasma de don Francisco. A su lado está enterrado el cadáver de Carrero Blanco, el sucesor que lo precedió al pasar a mejor vida. Desde ahora tendrán tiempo para revisar la Historia. No dejará de cumplimentarle Carlos Arias Navarro, su último presidente -¿recuerdan? el de las lágrimas y “Españoles, Franco ha muerto”-. Además, este señor siendo alcalde de Madrid fue quien donó el mausoleo a la familia del general y se guardó un rincón soleado en previsión de que un día sucediera lo que aconteció ayer y volvieran a verse.

Quien no sé si lo visitará es su primo, ahora vecino, Francisco Franco Salgado-Araujo, Pacón para los íntimos. Calculo que el dictador lo tendrá entre ceja y ceja por aquel libro “Mis conversaciones privadas con Franco” donde el país descubrió un personaje insólito invadido por las debilidades y otras vergüenzas jamás contadas. Otros ministros del régimen, como López de Letona, Fernández Cuesta, Álvarez-Arenas, Martín Alonso, Nieto Antúnez, Carceller… ahora van a tener oportunidad de jugar unas partiditas de mus en las tardes de aburrimiento infinito. Y quizás les acompañe José Banús, uno de aquellos empresarios que hicieron fortuna con la construcción del Valle de los Caídos y luego creó en Marbella el puerto deportivo que inmortalizó su nombre. Otros personajes de menor rango igualmente andan por Mingorrubio pero, para ser justo, debo señalar que ilustres demócratas también ocupan algunas tumbas.

Y, además, que otra figura señera, el tirano Rafael Leónidas Trujillo, se pasea por el lugar en las noches de luna llena. Así, imagino que a ambos, de dictador a dictador, la eternidad les resultará más entretenida.

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