Opinión

Oda sentimental a la papeleta

Las primeras llegaron como trombas de agua después de una pertinaz sequía e inundaron los buzones, las papeleras, los pasquines, las mesas electorales… y las acogimos con el alma abierta a la esperanza. De las elecciones constituyentes de abril de 1977 a las municipales del mismo mes de 1979 nos acercamos a las flamantes urnas tres veces. Ahí nació el gusto español por votar un mes sí y otro también. Algo costó pero no tardamos en aprender a diferenciar las papeletas de diputados al Parlamento español, las sábanas del Senado, las de concejales al ayuntamiento y enseguida las de representación en los parlamentos autonómico y europeo. Les cogimos cariño y tengo amigos que las coleccionan con la esperanza de convertirlas en piezas de museo. En estas últimas elecciones a mi buzón no ha llegado ninguna, los partidos se han olvidado de mi voto. Las echo de menos. 

Es cierto. La papeleta es nuestro instrumento democrático más valioso. A mí me gusta verlas y repasarlas con esmero. Incluso he llegado a sentir ternura leyendo los nombres de las candidaturas. Cuando María Xosé Porteiro y yo escribimos en un tiempo récord de 22 días aquel profético libro encargado por Xerais, “Quen é quen no primero Parlamento galego”, las papeletas para la ocasión eran un pozo sin fondo de nombres en su mayoría anónimos. Quitando a media docena de intelectuales, ni los cabezas de listas tenían predicamento popular. Yendo hacia atrás, imaginen el fantástico desconocimiento de los concurrentes en 1977. Pero, cuarenta y seis años después, supuestamente normalizada la vida democrática, las papeletas con sus logotipos distintivos, ajustadas las tipografías y los colores, unificadas las calidades de papel y reglamentados los tamaños y las relaciones de nombres en cremalleras de género, el misterio de los personajes sigue siendo para mí una hermosa fuente de imaginación especulativa y literaria. 

Sin duda, los protagonistas más cercanos son quienes concurren a las municipales y los más alejados, aquellos que aspiran a un suculento escaño en el Parlamento europeo. Sean unos u otras, infinidad de veces me he detenido a leer y releer, a intentar desentrañar, como cuentas de un rosario infinito, las personalidades propuestas para representarnos. Sin embargo más allá del número cinco las identidades se pierden en los arcanos de las organizaciones políticas. ¿Por qué Antonio Rodríguez Fernández forma parte de la lista? ¿Quién es ese individuo de exótico nombre tan distinguido gracias a los apellidos? ¿O ese otro que luce la ascendencia compuesta como Eurico Romerales-Cañaveral de Cabeza-López? ¿O la blasonada María Enriqueta Figueroa de Rojas Zorrilla y Maroto? Y así hasta el infinito. Pero no se tomen este señalamiento como una burla o una ironía. Quiero reflejar aquí un sentimiento de amor a las papeletas quizás debido a sus hermetismos manifiestos.

Amo las papeletas electorales y cuando florecen, sea en una u otra estación, las recibo con el mismo lirismo de un alborear de la primavera. Y en el caso de las candidaturas a las corporaciones municipales mi vicio se multiplica. Siento que cada vez están más faltas de protección. Los partidos las relegan al rincón de los trastos útiles junto al manual de instrucciones olvidado. Miren si no lo acontecido en estas del 2023. El dilema propuesto está entre Sánchez o Feijóo. ¡Una falacia! No se presentan a ningún ayuntamiento. Por tanto, para reivindicar el valor de la papeleta auténtica no piense en ellos y use la de verdad, la oscura, la enigmática. Y acaríciela como si de una mascota amiga se tratara. 

Te puede interesar