Opinión

Orozco, Besteiro, Rodríguez…

La primera tentación ha sido titular este pensamiento algo así como “Fulgor y caída de Pilar de Lara” pero enseguida he calculado la dificultad de ajustar en sesenta líneas una historia con argumento suficiente para escribir una larga novela emuladora de “Los miserables” de Víctor Hugo. No tanto por la trama en sí como por las obsesiones, presuntamente justicieras, del comisario Javert y el sufrimiento de sus damnificados. No, en esta hipotética novela moderna, con escenario principal en Lugo y una ramificación estelar en Ourense, no reproduciría el exacto periplo de Jean Valjean, convertido en alcalde benefactor, empresario de éxito y corazón de hombre bueno venerado por su pueblo.

La narración del fulgor debería empezar con una descripción de la capital lucense donde la ciudadanía, después de vivir décadas de conservadurismo municipal, inaugura el siglo XXI votando socialismo. En la Diputación provincial el cambio de color político tarda en producirse unos años más, pero al fin el poder local y provincial se les escapa a los conservadores entre los dedos de la costumbre. Y ahí aparece la reencarnación de Javert, blanca como una Juana de Arco, doncella de Orleáns dispuesta a devolver la fe perdida al pueblo.

Hasta aquí la parte épica, porque cuánto piden los capítulos siguientes es la prosaica intriga de los leguleyos y la tizne de los conspiradores. Afloran los nombres propios y el alcalde de Lugo se llama José Clemente López Orozco, invicto una y otra vez. Al presidente de la Diputación lo encarna José Ramón Gómez Besteiro. Quien con aire de Indiana Jones, se mueve dominando el poder socialista gallego y pisando fuerte por el sendero que llevaba a la presidencia de la Xunta. Es entonces, con 2016 en el horizonte, cuando la doncella de Lugo levanta el estandarte diciendo: “¡Alto garañones! Habéis llegado muy lejos”.

Las sospechas de la jueza se hacen carne y batallas. Contra toda razón y prudencia, imputa a diestro y siniestro, como la niña que juega con una diabólica muñeca matrioska. Se salta los límites geográficos y en Ourense, mediante una operación policial, propia del apresamiento de un narcotraficante, detiene en plena calle a Paco Rodríguez, el alcalde socialista. Lo confina en Pontevedra y acaba poniéndolo en libertad, una vez imputado, en Lugo. En esas páginas, el circo mediático consagra a la jueza como figura popular, digna de atención y especulaciones. Entre ellas, el rumor de ser el ariete de una conspiración contra el PSdeG-PSOE que, sea o no cierta, consigue apartar del poder y de las listas a Orozco, Besteiro y Rodríguez. Impunemente fulmina sus carreras políticas y, como es el caso del alcalde ourensano, hasta su salud.

El tiempo y la cordura acaban por dejar al descubierto las imprudencias de Javert y también las de su emuladora lucense. Uno a uno sus expedientes se desintegran. La jueza acaba siendo apartada del servicio judicial durante siete meses y trasladada fuera de Galicia. Penas tan benignas no redimen la destrucción que ha generado y el novelista se queda en suspenso cada vez que una pieza de sus casos es invalidada, como acaba de suceder en estos días. Igual que miles de ciudadanos, se pregunta dónde está la compensación para los damnificados, cómo restituir sus honras y sus carreras públicas. El argumento se estanca. Víctor Hugo, en el romanticismo del siglo XIX, condujo a su personaje a un puente sobre el Sena desde el que, sintiéndose fracasado, se suicida. Pero el final moderno de la novela del siglo XXI no debe ser tan contundente y no tiene otra salida que el alivio y conformismo de los perjudicados. Aquí miseria y justicia van de la mano.  

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