Opinión

Las partidas de ajedrez

Al presidente Pedro Sánchez la jugada del Tribunal Constitucional le ha salido redonda. El senador Núñez Feijóo había diseñado los movimientos para evitar que sus dos torres cayeran del tablero de ajedrez. Para eludir que fueran comidas por los caballos contrarios, se enrocó convenientemente, movió las figuras de ataque hasta el frente más imprevisible e impidió que el Senado legislara contra el fuera de juego, por exceso de tiempo, de sus dos piezas principales. Visto lo visto, un enfrentamiento institucional impensado daba la sensación de ser una jugada maestra contra un apresuramiento legal del Gobierno. El senador se equivocó. 

Al negarse a admitir a José Manuel Bandrés en el tribunal de garantías, los alfiles de Feijóo consideraron erróneamente que el juego quedaría atascado sine die. Así, con la partida en tablas, evitarían el ascenso del gallego Cándido Conde Pumpido a la presidencia. Y con un poco de suerte el TC se anclaba, a imagen y semejanza del CGPJ, hasta después de las elecciones generales, donde a Feijóo le auguran llegar a presidente del Gobierno, tener mayoría en las cámaras legislativas y mantener su influencia sobre las figuras del tablero. El senador se equivocó.

El cambio de candidatos progresistas pilló por sorpresa a González-Trevijano y a Narváez Rodríguez -miembros del TC a propuesta del Gobierno de Rajoy-, y no tuvieron más remedio que abandonar el tablero de juego. Las filas conservadoras, de un solo golpe quedaron mermadas sin torres ni mayoría de peones. Para evitar que el magistrado gallego ascendiese a la presidencia les quedaba un movimiento: infiltrarse en las filas contrarias y empujar a una presunta dama progresista a competir con su compañero. Otro desastre para los conservadores porque, además de no conseguir su propósito de aupar a María Luisa Balaguer, se han quedado sin la vicepresidencia del TC. Otra magistrada progresista, Inmaculada Montalbán, ocupa ahora el cargo que, por “costumbre” no estatutaria, recaería en el grupo minoritario. Está claro que en el juego del ajedrez no es fácil hacer trampas.

Bien, ya tenemos TC con mayoría progresista para nueve años, ocupe quien ocupe el palacio de la Moncloa. Sin embargo la institución ha quedado muy mal parada a los ojos de la ciudadanía. Y no es para menos si tenemos en cuenta que las maniobras para mantener los cargos, sueldos incluidos, no parecen muy de justicia. O que, mientras las disputas más políticas que justicieras se reflejan en las pantallas, acumulan casos sin resolver desde los tiempos de Zapatero. Más de siete mil reclamaciones esperan respuesta y sólo un centenar alcanza sentencias cada año. Tan escaso volumen de cumplimiento no parece de recibo. Y, sobre todo, la idea de que el PP pretende tener de su mano una “tercera cámara legislativa”, no renovando los órganos de gobierno de la Justicia, es francamente intranquilizante e inconstitucional. Por muchas excusas que se saquen de la chistera.

Un poder judicial contaminado, y enfrentado a los otros dos poderes del Estado por tendencias ideológicas, acaba dando alas a quienes trabajan contra el sistema democrático desde dentro y abogan por la implantación de tesis totalitarias, donde el Gobierno sea de ordeno y mando, la libertad de expresión censurada y la Justicia un engranaje al servicio de la represión. Un panorama que no parece probable en Europa, tampoco en EEUU ni en Brasil ni lo parecía en Rusia… Se ganen o se pierdan, atentos a las irreflexivas partidas de ajedrez.

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