Opinión

Pujol se escurre

En la abadía de los Pujol la madre superiora  ha mandado desempolvar biblias ilustradas para obsequiar a todos los cofrades de su organización. Están de enhorabuena y, aunque no les ha tocado la lotería (que se sepa), celebran religiosamente el resultado de los ruegos a la Santa Hermandad de la Hacienda Pública. Han surtido efecto y el padre superior, don Jordi, no pisará los sótanos de ninguna cárcel por muy bien acondicionada que esté para recibir a altas dignidades de las bandas del emplaste. Se especula hasta dónde podría tener la abadesa comprado el calendario gregoriano, puesto que las dilaciones investigadoras, los tropiezos naturales de la proverbial lentitud de la justicia y otras triquiñuelas de leguleyos, han dado como resultado la prescripción del fraude, ejecutado por el otrora honorable presidente de la Generalitat, por valor de 885.651,00 euros al ingresar en efectivo en un banco de Andorra la módica cantidad de 307 millones de pesetas de origen desconocido.

¡Aleluya! Cantan los coros. Con el simple cambio de una O por una E, el exhonorable ha pasado de presunto proscrito a efectivo prescrito. Y aunque en la feligresía profana no salgamos de nuestro asombro, y aceptemos resignados el truco de la prescripción, la inmoralidad de estas prácticas desaniman a ejercitar la honradez. A Pujol se le había perdonado, por mor de las circunstancias históricas, el caso de Banca Catalana y a lo largo de su mandato de 1980 a 2003 llegó a hacernos creer que Cataluña era él. Y no deben dolernos prendas al decir que lo aceptamos por considerarlo un servicio a la convivencia natural y al progreso del territorio que él administraba con los resortes de CiU. Pero el tiempo imprescriptible nos ha demostrado cómo aquella hégira de gloria catalana solo fue un trampantojo.

Pujol venía del fraude, acompañado por otras familias famosas –léase Lerma, Lerroux, Vinardell, Farré, Rato, Gil y Gil, Franco, Borbón…- acostumbradas desde tiempos inmemoriales a navegar por los entresijos de los poderes públicos en beneficio propio. Por tanto, disponía de un profundo conocimiento de los mecanismos adecuados, de las conexiones con los más altos niveles del Estado, de la complicidad juramentada de la familia, del entorno bien engrasado y del control de una organización política popular. Ahora sabemos que CiU, especialmente Convergencia Democrática de Cataluña, era la masía particular de la familia. Sí, CDC era Pujol, razón por la que Unió (UDC), cuando en 2015 no soportó en el espejo la cara de la madrastra, se desgajó de la coalición.

Atrás quedaba el asombro generado en 2005 por Pascual Maragall al señalar la existencia de cobros de comisiones del 3% de las obras adjudicadas por los gobiernos Pujol, las condenas por financiación ilegal, el caso Palau, la escapada del exhonorable, la desastrosa gestión de Artur Mas… El abandono de las siglas y la negación de muchos militantes, de haber vivido bajo su paraguas, se parecen como dos gotas de aceite a la caída del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux en 1935-36, por el famoso fraude del estraperlo y el asunto Nombela. Entonces dimitió el presidente del Gobierno y desapareció el PRR. Pero Lerroux y su sobrino, como Pujol y la abadía, se escurrieron con los bolsillos llenos y sólo la honra perdida. Mientras unos no aprendemos de la historia, otros la repiten sin pudor.  

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