Opinión

Quizás una guerra

Durante el confinamiento me dediqué a hacer las dos cosas que más me relajan e, incluso, me ayudan a entender la realidad, a escribir y a pintar. Pintar, lo que se dice pintar, no pasa de permitir que la mano, la muñeca y la intuición vayan dejando figuras y composiciones, muchas veces sin más sentido que el estético, para estudio de algún psicólogo. Al escribir, con la pandemia acechando, me dio por crear historias pegadas a cuanto las pinturas me sugerían, en total fueron cuarenta. Y en realidad son cuentos y algún poema, por los que desfilan personajes y situaciones propias de ese tiempo de aislamiento. Sin querer he compuesto un curioso libro en el cual los personajes reflexionan sobre sus situaciones vitales y yo los dejo hablar sin inmiscuirme mucho.

Uno de esos individuos enjuicia esta pandemia como si de una guerra bacteriológica se tratara. Pero no desde el punto de vista de una contienda entre chinos y americanos, como incluso Trump ha tratado de vender, sino como una forma de rebelarse la Naturaleza contra el animal humano. Una teoría a la que me he sumado con todas las precauciones del raciocinio pero que, viendo el cariz que está tomado la situación en todo el mundo, acercándonos al millón de muertos, no parece disparatado. Hasta llegar a este siglo, las guerras, además de para generar pingües beneficios ya fuera conquistando territorios, atrapando botines o reconstruyendo lo destruido, se han utilizado para eliminar personal y regular el poblamiento. Ahora, las guerras locales, que tenemos prendidas en el planeta, ya no sirven para equilibrar la superpoblación y sí para desplazarla de un continente a otro.

Naturalmente, no tardó un suspiro en venirme a la memoria el catálogo de profecías a las que a veces, por curiosidad, presto atención. Convoqué al esotérico Nostradamus y nos entretuvimos analizando algunas de sus estrofas con visiones del siglo XX y para este XXI. Desde hace tiempo yo sabía que el curioso médico francés había predicho las dos guerras mundiales sufridas durante el siglo pasado y que guardaba en la recámara otra más, con un poder de destrucción desmesurado. Una contienda que dejaría pequeñas a las anteriores. Conflicto que vendría desde Oriente para devastar Occidente y provocaría un cambio radical en la historia de la Humanidad. Esta gran catástrofe bélica acontecería, según el sabio y las interpretaciones más variopintas, en un tiempo de comunicaciones volando por encima de los territorios y de los océanos. En momentos donde la simulación, entendámosla como la mentira, dominaría las ideas. ¿No se parece esa profecía a este fatídico ataque del coronavirus? Nostradamus lo intuye sobre el imperio de las redes sociales, de las noticias falsas, de la incompetencia política generalizada… Asombroso.

Naturalmente la ambigüedad de los versos, escritos en el siglo XVI, permite otras mil interpretaciones, aunque se hayan dado por buenas y cumplidas un buen puñado de sus profecías. Sin embargo, la idea de estar padeciendo una gran guerra moderna, adecuada al mundo tecnológico actual, sin la intervención humana en su gestación y utilización, no es baladí ni simple literatura. Mientras todos los países se gastaban millones en armamento convencional temiendo una gran conflagración por mor de las crisis económicas, el enemigo silencioso nos ha pillado pintando la mona. 

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