Opinión

Sumando espero

De no ser por la terrible situación de pandemia que padecemos, el espectáculo político resultaría apasionante y divertido para la ciudadanía desocupada. Cuando este país era prevírico éramos muy aficionados a matar el tiempo contemplando el devenir de las obras públicas de nuestras calles, a discutir de fútbol en las tabernas y a observar cómo los políticos se arrojan las palabras y los insultos a la cabeza sin que finalmente tengamos nada claro cuánto y qué solventan en las tribunas. Sin embargo, ahora el coronavirus tiene secuestrada la curiosidad de la gran mayoría. De ahí que todas las estrategias para derribar al gobierno “social-comunista”, incluido el ruido de sables de un grupo de carcamales nostálgicos del franquismo, se muevan como una masa de gelatina en planos secundarios de poco interés general.

Desde que el gobierno de coalición se aposentó en la Moncloa, la oposición ha empleado un amplio catálogo de estrategias para derrocarlo. Compadezco al equipo logístico de Pablo Casado, principal ariete de la cruzada de las tres voces de la plaza de Colón: todas sus acciones han fracasado. Han chocado contra el manual de resistencia de Pedro Sánchez. De nada ha valido calificar de ilegítima la coalición, con una inquina propia de Trump. En absoluto ha calado la idea de situarla a la altura del gobierno venezolano de Maduro. El empeño por romper desde fuera el pacto de los dos partidos ha sido en vano, solo han conseguido que las diferencias naturales florezcan en los titulares de las noticias, sin más consecuencias, y, por el contrario, dentro sigan uniendo esfuerzos para cohabitar en paz.

La esperanza de que la pandemia desgastara al Gobierno central hasta empujarlo a la ruptura, si hacemos caso a las encuestas, también ha sido un espejismo. Mientras el PSOE sube, PP, Vox y Cs bajan en intención de voto. Las incongruencias de Isabel Ayuso, empujada a la primera fila de los enfrentamientos, además de descrédito para su gestión, ha conseguido eclipsar la acción de Casado. El último intento, por ahora, iba dirigido a dinamitar con pólvora mojada los Presupuestos Generales del Estado hasta en Europa. Aquí el ariete principal ha sido Inés Arrimadas, en un patético juego de tender la mano para anular la estrategia de Unidas Podemos. Otra vez el deseo de enfrentar a los dos socios, de mover hacia la derecha a Sánchez… Sin embargo la próxima semana el socialista tendrá las cuentas aprobadas con más votos que en su investidura. ¿Y luego qué?

Luego el gobierno de Sánchez aplicará el programa convenido con Iglesias durante los próximos tres años. Lo hará buscando convenir con los poderes fácticos -UE, patronal, banca, sindicatos, asociaciones profesionales, etc.-. Dará los pasos necesarios para recuperar la normalidad, una vez vencido el coronavirus. Tendrá que trabajar sin la leal oposición por desleal, insolidaria y obsesionada por buscar atajos. Casado sabe que tres años son una eternidad sentado en los bancos de la oposición. Arrimadas sabe que ya existen pactos subterráneos para absorber su formación por el PP. Abascal tiene claro que el ciclo mundial de la extrema derecha ha comenzado a decrecer. Y los tres saben que la ejecución de los presupuesto es la principal arma ideológica de un gobierno.Saben que la próxima semana habrán perdido la principal batalla de la legislatura. Saben que solo les queda el derecho al pataleo cada vez que el Parlamento apruebe una nueva ley o un gasto. 

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