Opinión

Tecnoética

Mañana nos habremos olvidado de Verónica. Cualquier otro vídeo y sus consecuencias estarán ocupando el espacio donde hoy lamentamos el suicidio de esta mujer de 32 años, acosada por un video sexual grabado por ella misma cinco años atrás y difundido entre las personas de su empresa. Mañana Verónica será una anécdota, un antecedente, un mal ejemplo de convivencia… como en 2016 lo fue Tiziana Cantone, una italiana de 31 años quien, incapaz de soportar una situación semejante, también se quitó la vida. Y seguiremos poniendo el grito en la palestra por sucesivas violaciones de la intimidad -casi siempre de mujeres y niños- atrapados por la perversión del Gran Hermano tecnológico, que ni siquiera Orwell imaginó.

Y hoy no faltan comentarios que llevan al altar de la fama efímera el video sexual de Olvido Hormigos, aquella concejala a la que en 2012 destrozaron su carrera política pero fue capaz de superar, canalizar y comercializar la situación hasta colonizar un rincón en la miserable puesta en escena de la telerrealidad. Es la contrapartida e, incluso, el espejo al que se miran quienes alguna vez han soñado convertir el narcisismo de su intimidad en aplauso viral, sin medir las posibles consecuencias negativas. El espejo para quienes sueñan con la fama y el dinero fácil vendiendo su cuerpo y alma al espectáculo mediático.

Mañana no hablaremos de Verónica porque habrá llegado a nuestro móvil o al ordenador o a la tablet o a la red una nueva provocación y no habremos dudado un segundo antes de hacer clic y abrirla, presos de la curiosidad o del morbo. Y, si no lo propagamos, estaremos haciendo uso de nuestra libertad para asomarnos a la ventana de cualquier realidad, a los nuevos paisajes urbanos patrocinados por las poderosas tecnologías y los oscuros negocios del tráfico de datos, preferencias, impulsos, gustos… Un nuevo poder capaz de dominar el mundo, sin que nadie lo elija, ni vote, ni controle desde la transparencia o la justicia.

No hay duda de que los valores tradicionales están en desuso o en decadencia. En poco más de dos décadas la sociedad de mis hijos ya nada tiene que ver con la de mis padres. Las enseñanzas éticas que yo recibí apenas si servirán para ellos. La volatilidad de las nuevas costumbres, la necesidad de crecimiento continuo de la economía y el consumo, el agravamiento de las desigualdades ya no se superan con las conquistas políticas puntuales o con la liberación de las mujeres. Además, las religiones se han quedado obsoletas y se refugian en los integrismos para sobrevivir. Escuchamos poco o nada hablar de pensamiento y de ética, todo se reduce al análisis del suceso, como en este caso de Verónica, y a la necesidad de cambiar leyes o normas, tipificar delitos y aumentar penas y castigos. Nada más allá.

Tecnología y economía son las diosas de nuestro presente, el resto del Olimpo es subsidiario. Ellas dictan y dominan la convivencia, crean las necesidades y los objetivos individuales de las masas. Son dos deidades perversas a cuya adoración nos hemos rendido con el móvil o la cámara en la mano, atraídos por el espejismo de la inmortalidad subida a una nube, del exhibicionismo y hasta por la ponovenganza. Mañana nos olvidaremos de Verónica y seguiremos omitiendo la necesidad de fundamentar una tecnoética que se implante y estudie en las escuelas.

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