Opinión

Un extraño viaje

Fran Romero, nombre supuesto, decidió salir de la situación de agobio emprendiendo un esperanzador periplo. Ni quería dejar a nadie en la estacada ni arruinar a la empresa familiar. Aunque desconocía la verdadera dimensión de la amenaza, su sentido común le hacía suponer que trazando un plan de viaje valiente y prudente, al mismo tiempo, no le resultaría complicado alcanzar la salvación de una situación tan complicada como desconocida. En su entorno la mayoría estuvo de acuerdo. Solo su suegro, Alf López, antiguo director de la sociedad limitada que les daba de comer, se opuso al viaje sin aportar ninguna otra alternativa diferente a la de sentarse él al volante del automóvil. Fran, elegido por la sociedad familiar como conductor, desoyó sus propósitos y le permitió ocupar el lugar de incordiar en los asientos traseros.

Aunque el coche de Fran es amplio, nada menos que un histórico Citroën Tractión Avant de cuatro puertas, seis ventanas laterales y capacidad para ocho personas, cuando arrancó iba tan repleto como el camarote de los hermanos Marx, sin una pizca de sentido del humor y el anuncio de discusiones bizantinas sustentadas en la lucha por el poder interno. Aunque la primera controversia se centró en la oportunidad del propio viaje, Fran se mostró firme, mandó ajustarse los cinturones de seguridad, cerrar las ventanas y poner los seguros. Fue un trayecto duro, largo y plagado de miedos, sin embargo lograron dejar atrás los primeros peligros, la salud de la familia relativamente protegida y la economía resguardada. Alf no paró un kilómetro de considerar el camino como errado. En cada curva pidió la cesión de competencias para él o para sus partidarios. A mitad de camino no dudó en considerar la salida, a la que se había negado, como tardía y falta de objetivos.

Por cuestiones legales, Fran no tuvo más remedio que ceder a abrir las ventanas y permitir viajar sin los cinturones abrochados. Con la entrada de corrientes de aire, incluso agua de las tormentas y nevadas imprevistas, el trayecto se complicó. López abría y cerraba cristales propiciando la incomodidad general, generando disputas y tratando de irritar la férrea paciencia de Fran. En algún momento, poco disimulado, tiró de la palanca del freno económico de mano y casi derrapan. A partir de esas acciones, dentro del coche, comprendieron que los objetivos personales de Alf estaban por encima del bien común del resto del pasaje.

El juego estéril de las ventanas, lejos de conseguir que el conductor rompiera con sus colaboradores, propició la entrada en el coche de más pasajeros protectores de los planes de Fran, quienes además le llenaron el depósito de combustible. A partir de ahí al conductor no le importó el mal estado del firme plagado de piedras y baches, los distintos atajos que debió tomar, algún que otro fallo en el pedal del acelerador… No obstante, la situación externa, lejos de aplacarse seguía propiciando turbulencias y víctimas. En ese punto, Alf acusó a Fran de dejadez de funciones por permitir cuanto él había solicitado. Debía ceder el volante sin dilación, marcharse por incompetente… Ahí el conductor recibió una oferta de trabajo interesante, valoró la situación, realizó las consultas oportunas y decidió marchar dejando el volante en manos de su heredera natural. ¡Alf estalló cabreado ante semejante abandono improcedente! Para bajarse, Fran detuvo el auto a la puerta del psiquiátrico por ver si había suerte y le ponían la camisa de fuerza a su desesperado suegro. 

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