Opinión

Puigdemont, aliado con Pujol y la burguesía catalana

Los datos obtenidos en las elecciones catalanas van más allá de los contundentes resultados electorales. Los grandes titulares son claros: el socialista Salvador Illa ganó ampliamente (42 diputados); Carles Puigdemont creció (35); Esquerra Republicana se desplomó (20 y venía de 33); el PP quintuplicó (de 3 a 15); Vox se mantuvo (11) y los Comuns-Sumar bajaron (de 8 a 6). Hay que añadir que la CUP perdió más de la mitad (de 9 a 4); que Ciudadanos desapareció y que entró por primera vez en el Parlament la extrema derecha xenófoba, Aliança Catalana, con 2 escaños.

En resumen: por primera vez en casi medio siglo de autonomía, los socialistas ganan en votos y en escaños; el independentismo no suma mayoría por lo que el “Procés” -la vía unilateral a la independencia- puede darse por archivada, que no por desaparecida, ojo; y Cataluña se muestra más a la derecha, que es lo que es. Solo la confusión entre independentismo e izquierda maquillaba esa realidad.

Otros se jugaban mucho en estas elecciones y salvaron el reto. Pedro Sánchez, de momento rehabilitado ante las elecciones europeas del 9 de junio, que probablemente ganará el PP; Alberto Núñez Feijóo que corría el riesgo de empate con Vox en Cataluña y le ha superado ampliamente, lo que refuerza su liderazgo; Yolanda Díaz, que, aunque su fuerza coaligada a los Comuns haya retrocedido, se mantiene en un digno resultado, lejos del cero diputados cosechado en su Galicia natal, o de uno solo en el País Vasco.

Lo de presidir la Generalitat está muy difícil, acaso más que nunca, porque Illa -que se presentará a la investidura y no hará como Inés Arrimadas, que ganó en el 2017 pero quedó inactiva- necesitaría un acuerdo con Esquerra y Comuns, o con Junts-Carles Puigdemont; o con todos ellos. Muy difícil ese acuerdo sin estrangular a Pedro Sánchez hasta que pierda el conocimiento político. Y más difícil aún que los socialistas le regalen a Puigdemont una abstención, como ya pide, para poder gobernar en minoría con apoyo de Esquerra y la CUP. Son las dos opciones posibles para no repetir elecciones catalanas en octubre, de resultados temibles porque la ciudadanía está harta de dos cosas, básicamente: del retroceso que genera el “procés” y de que los políticos no sean capaces de entenderse. Miedo a repetir elecciones y amenaza de colapsar el Gobierno en España.

Dos cosas más: ¿Por qué convocaron elecciones los de Esquerra si estaban gobernando? Acumularon tres deficiencias letales: un candidato, Pere Aragonés, de mínimo liderazgo; una gestión de gobierno muy pobre; y el error estratégico de avanzar los comicios pudiendo estar un año más en el poder fortaleciéndose. No podían esperar más que un chasco.

¿Las adelantaron por miedo a Carles Puigdemont, para que no se recuperara, si finalmente regresaba por la amnistía? Ni le hizo falta. Puigdemont es un artista capaz de crear contenido. No es un buen gestor. Fue alcalde de Girona y no se le recuerda una obra, ni una iniciativa. Y en la Generalitat tampoco. Pero a crear contenido, a él -y a Pablo Iglesias, por cierto-, no les gana nadie.

Y algo determinante: no iba solo. Esta victoria relativa suya es compartida. Lo votan los independentistas irredentos; pero Jordi Pujol le envió un vídeo de apoyo en el cierre de campaña. Y la patronal catalana de Foment, con Sánchez Lliure al frente, lo visitó en el sur de Francia buscando impuestos más bajos. Puigdemont representaba esa coalición a tres: los suyos, los pujolistas y la burguesía catalana. Ha renacido una nueva Convergencia.

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