Opinión

Legajos con exorcismos

Legajos con exorcismos
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Hay un mundo subterráneo bajo en este mundo de superficie. Un mundo que hay que observar con ojo vivo y corazón prudente. Un mundo de protección y de miedo. Ese miedo común a todas las culturas que aún flota en la vida. Puedo imaginar a los antiguos, o creo que puedo hacerlo, en aquellas noches de cielo mineral, sin contaminación eléctrica, junto al fuego abierto del hogar, sintiendo a los animales en el piso de abajo. Cierro los ojos y entiendo su miedo al hambre. A las tormentas. A la enfermedad. A la muerte, en definitiva.

De cuando aquellos miedos son los legajos con exorcismos que encontré clavados en las puertas de las bodegas de esta casa centenaria. Entonces el cura venía por Pascua para bendecir a los animales. Ritos de protección ante el diablo, lo oculto, lo oscuro, donde las avemarías harían que la mula estuviese con ellos un invierno más, que las vacas no enfermasen, que pudieran seguir engordando al cerdo con nabos y restos. Exorcismos que costarían entonces algo de lo poco que había: chorizos, patatas, vino que también beía el cura. Necesitaban tierras fértiles y animales fuertes para que los humanos también estuviesen fuertes y fértiles. No tenían otra razón para vivir que vivir. Para eso habría que hacer como hacen todos los bichos: sobrevivir y multiplicarse.

Los dos legajos de protección, uno por cuadra, son semejantes. Estaban doblados sobre sí mismos y protegidos por muchas marcas de cruces. Son dos papelotes con una larguísima oración que conjura en latín para proteger de los demonios a la casa y a los animales que la habitan y, por la gloria de Dios, librarla del “maleficium diabólicum”. Están presididos por un gran símbolo de la cruz y decorados con una elegante cenefa y dos angelotes rollizos. En los márgenes, escrito con buena caligrafía, la filiación de la casa y el censo de animales a proteger: dos cerdos, dos bueyes, dos vacas. He dejado estos exorcismos cerca, para que no pierdan su función mágica y mantengan alejados a diablos y meigallos. Como dice mi primo sabio, que encuentra las marcas apotropaicas en las vigas de madera, “aunque no creas en él, el demonio es más listo que tú”.

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