UNO MENOS QUE EN 2022
Ourense se acerca a su récord de colisiones provocadas por animales
El barrio de Rabo de Galo está hecho polvo. En enero, comenzaron unas obras -que se incluían en el plan de 2014 para el rural y la periferia- sin un futuro certero. El mes pasado se paralizaron y las vértebras de este envejecido núcleo urbano quedaron encapsuladas en un paisaje salvaje: boquetes, tablas mal colocadas, vallas tiradas en las esquinas y una carretera de tierra son algunas de los contratiempos en la zona.
Avanzar a pie es toda una carrera de obstáculos y, a bordo de un vehículo, la probabilidad de quedar atrapado en alguna de las falsas cunetas que quedaron a medias es elevada. Además, con lluvia se forma un barrizal que corre calle abajo.
El problema al que se enfrentan los residentes de Rabo de Galo no es solo estético. Ante una emergencia, el acceso de los vehículos de rescate se complica: hace dos semanas una vecina sufrió un infarto y la ambulancia tardó tres cuartos de hora en maniobrar para salir hacia el hospital. No solo eso, la conducción se produjo de forma atropellada, poniendo en riesgo la seguridad del paciente y de los propios conductores.
También surgen otros trastornos: cuando llueve el agua entra en las casas y desde la asociación vecinal ya cuentan dos coches que quedaron atascados.
La asociación de vecinos habló con el alcalde para denunciar lo que viven en su día a día, pero Jácome derivó el problema y se vieron abocados a esperar. Cuando los vecinos cuestionaron a la empresa que lleva la obra, esta señaló que “se iban porque no les pagaban”. Lorinda Fernández, presidenta de la Agrupación Miño, lamenta el caos: “Nos dijeron que están intentando llegar a un acuerdo para que la empresa continúe, pero a día de hoy no sabemos que va a pasar”.
La madre de Conchi Moretón tiene 91 años y vive sola en Salto do Can, una de las calles de Rabo de Galo. Cuando comenzaron las obras le abrieron un gran boquete en la puerta de la entrada de su casa. “No puede salir de casa, han puesto unas tablas rotas para pasar pero no se pueden ni pisar, mi madre lleva sin salir días”, relata Conchi. La única vez que la sacaron fue una odisea: “Tuvimos que ir dos personas y cogerla en volandas”, recuerda. “Esto es un peligroso y sabe dios cuanto tiempo vamos a tener que estar así, con los vecinos atrapados”, explica.
Maruja y Celsa son amigas desde hace años. Viven enfrente y suelen compartir tiempo juntas en el barrio. Los vecinos las recuerdan siempre así, paseando la una con la otra. Las obras de Rabo de Galo las separaron sin fecha de retorno: dos socavones en sendas entradas de sus viviendas les impiden comunicarse. Afirman que se echan de menos y que se sienten solas.
En declaraciones ofrecidas a Telemiño, Maruja lamentó el aislamiento: “Cada unha ten que estar no seu sitio, nin nos vemos nós, nin vemos aos veciños, nin vemos a ninguén”.
Otro problema al que se enfrentan desde sus casas y todas las contiguas es la imposibilidad de acceder a los garajes. Tienen que aparcar varias calles más abajo y no pueden actuar cuando hay filtraciones en los bajos.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
UNO MENOS QUE EN 2022
Ourense se acerca a su récord de colisiones provocadas por animales
CULTURA EN EL RURAL
La Red Provincial de Auditorios de Ourense alcanza los 7.500 espectadores
VACUNACIÓN MASIVA
Nueva convocatoria contra la gripe para mayores de 60 años
Lo último
PROPUESTAS INTERNACIONALES
Allariz selecciona los mejores jardines para su edición más libre
SEGUNDA FEDERACIÓN
La UD Ourense quiere acabar el año con victoria
La Región
Tiranías