Opinión

Beba horchata

Siempre existirán quienes se crean en la sagrada necesidad de tutelarnos, de controlar nuestro pensamiento. Están convencidos de que ha de ser así. Lo creen a pies juntillas.

Pretenden disuadirnos de unos u otros comportamientos. Da igual el tema, al final lo que se desea es que el miedo nos haga desistir de mantener nuestros principios y proyectos.

Se me ocurre que vamos en la dirección incorrecta. El ser humano ha de tomar sus decisiones a través de decisiones personales, que se hayan ido fraguando a través de la educación que se haya recibido. Mejor educar que prohibir.

 Me encantaría que en todos los lugares se respetase tanto al ser humano que se dirigiesen a él como ser inteligente y capaz de decidir. A nadie le gusta que le traten como un tipo inepto o ignorante.

La libertad también es un sentimiento. Es la felicidad de sentirte tú mismo y dueño de tu destino. Para ti y para mí la libertad es la capacidad de poder escoger y equivocarte.

Para Platón, libertad era vivir según la virtud. Para don Quijote, uno de los más preciosos dones, que a los hombres regalaron los cielos. Para Federico García Lorca la libertad era una mariposa. Para Octavio Paz, el rio mojaba las raíces de la palabra libertad. Carolina Coronado se pregunta: con ella ¿qué ganamos? 

Estoy seguro de que vivimos en un mundo en el que la libertad del individuo va ganando. Hablo de esa libertad que permite hacer al individuo lo que él desee, con la única exigencia, evidente, de que no se atente contra el bien común. Libertad que nos permite creer en un mundo mejor.

Sus órdenes se cursan, en ocasiones, a través de técnicas publicitarias. Un inhábil uso de la publicidad tiene sus riesgos.

Podemos mejorar algunas cosas para que se optimice todo. Dice mi amiga Sofía que no es fácil entender, por ejemplo, que alguien vaya a comprar un paquete de tabaco y éste le venga adornado de vísceras, de pulmones hechos papilla, en fin, de un montón de imágenes horripilantes. ¡Uf qué miedo!

Gala está de acuerdo en que quieran mejorar la conducción, eso siempre es plausible y necesario. Pero tampoco le parece apropiado que pasen anuncios con final terrorífico. De manera inesperada termina aquella propaganda con la misma fuerza que lo hace un puñetazo en el estómago. ¡Uf qué miedo!

Desde la familia y desde los centros educativos, se han de ir impregnando en el corazón de las personas los mejores sentimientos, y las mejores sabidurías sobre el mal y el bien. Lo adecuado y no adecuado para mejorar esto que es de todos. El proceso es lento… pero efectivo. Usted y yo confiamos, estoy seguro en el papel de la educación.

En aquel autobús en el que se subió el pobre hombre de esta historia todo estaba prohibido. Quiso preguntar al conductor y éste le hizo leer un cartel que decía “prohibido hablar con el conductor”. Y siguió leyendo los letreritos: “prohibido escupir en el suelo”, “prohibido abrir la ventanilla”, “prohibido tocar el timbre en las paradas”, “prohibido comer”, “prohibido ocupar el asiento vecino”. Al final, agobiado, se bajó en la primera oportunidad. 

Ya en la calle también leyó aquella propaganda del cartelón: “Beba Horchata”. Entonces, dio un respingo y gritó: ¡Yo bebo lo que me da la gana!

Pues eso.

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