La decana de Galicia ya es "Campeona"

San Martiño
photo_camera Los corredores calentando antes de la salida de la absoluta en los aledaños de Os Remedios.

La XLII San Martiño se despertó en silencio, se vistió como en las grandes citas y dejó el miedo de lado para completar el reto de ser más inclusiva

Todo es silencio cuando Ourense ve el alba. No importa el reloj. Era un gran día. A veces es cuestión de marcar el paso. Firme, con confianza y olvidarse de las agujas. Como en la San Martiño, no todo tiene que ser a tiempo. Hay que sentir el ritmo, no vale insistir, ni perseguir. Tampoco alargar las cosas sin sentido. Y el que diga que no miente. 

Las miradas cómplices avivan la energía en los momentos más débiles. Las lágrimas eran de felicidad. El beso de la línea de meta era el premio. La sonrisa de un hijo, sintiéndose victorioso ante los aplausos le hacían protagonista. Nada importaba más que alzar su mano al cielo, era un triunfo familiar. El éxito sabe mejor compartido. Como los besos. Esos que se vieron tras recuperar el aliento. Y que a veces, lo quitan.

Las promesas todas cumplidas. Y si quebrantas tu palabra, no hay que mirar para atrás. ¡Qué más da! A veces fallas, pero ese es el lado bueno de las cosas. Siempre se puede volver a empezar. Siempre habrá una mano que te abrace y te diga que hay que aprender de los errores. Porque ese es el germen de la existencia, el aprendizaje. Y cuando crees que ya has visto todo. Cuando sientes que eres como un libro abierto, alguien escribe un sujeto para completar la acción. Un párrafo donde la realidad supera a la ficción y no controlas tu corazón. Los ojos de Julio Fernández eran de orgullo. Su embrión hace que todos se sientan "Campeones" por un día. Y eso no es fácil. Las emociones se construían con cada pequeño paso. Una curva y veinte metros. Todo era de película. Todo surgió despacio. El silencio se hizo ruido. Los aplausos fueron el guión perfecto. El compás de terminar la primera San Martiño. Los actores eran personas reales. Los problemas no eran consecuencias, eran causas de sonrisas. También de llantos. 

Quedan diez metros. La felicidad se incrementa con cada aplauso. La energía es contagiosa. Toman impulso, cogen fuerza.Ninguno quería ayuda, se sentían valientes. Romper su cita, destrozar su propios miedos. Llegar y alzar los brazos. Y las muletas. Todo se resumió en los últimos cinco metros. Y el ruido fue estruendo. Un clamor popular. El reparto fue en la calle donde surgen las historias. Las de verdad. Quedan dos metros, algunos se derrumban. Tiemblan. Cierran los ojos, no quieren ver su logro. Hace rato que nadie mira al cronómetro. El tiempo es indiferente. Es testimonial.Todo ha pasado. Lo han hecho.  Sus diferencias generan empatía. Un final breve, pero intenso. Una novedad que incluyó a todos. Nadie quedó fuera. Y de repente, quieres ver más historias así. Reales, sin trampas. Hay carreras que no siempre ganan los buenos. Nunca se vivió tanto en tan poco. La decana de Galicia añadió una etiqueta a su marca. Un ruido que incluyó a todos. Sin distinciones.

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