CAPÍTULO 16 | EL TRAGALUZ DE A CHAVASQUEIRA

Seguimos sin pistas en este purgatorio

Sintió claustrofobia pese a estar en mitad de la naturaleza. Pero con un paisaje que no le acercaba ni le alejaba de sus recuerdos.

 

Alejandra Alloza;es periodista y criminóloga;

Tenía que confiar en ella. Aseguraba ser su mujer aunque él no lo tenía claro. Ese rostro le resultaba anónimo.

Confía, confía… y asentía con la cabeza como quien intenta calmar a un niño. Y ese gesto y esas palabras disparaban aún más su zozobra interior.

El comisario no recordaba cómo había llegado a aquella casa aislada del mundo. Podía ser un sanatorio o la antesala de una nave espacial. Nunca había estado en una pero la ciencia ficción de los años setenta había dejado un referente endeble en el imaginario colectivo. Cristales por todas partes pero ninguna puerta ni ventana. Había intentado caminar por aquella estancia a pesar del dolor agudo en la cabeza y el desconcierto. Llevaba puesto un albornoz. Intentó buscar fotos o algún otro detalle que le sirviera de gatillo para la memoria. Asepsia absoluta en aquellos suelos y aquellas paredes. Ni cuadros ni libros. La casa de seres sin alma. La decoración recordaba al catálogo de un piso piloto. Al girarse vio una cocina. Con mucha luz. Era un espacio enorme. Los fregaderos parecían una sala da autopsias. 

Sintió claustrofobia pese a estar en mitad de la naturaleza. Pero con un paisaje que no le acercaba ni le alejaba de sus recuerdos. Ni una pista. Tampoco recordaba qué había sucedido en ese lapso de tiempo entre descubrir que había matado un hombre y darse cuenta de que no tenía identidad. 
Un haz de luz… una especie de visión de otro mundo. Hacía muchísimo calor pero no era capaz de distinguir entre una bruma que no le dejaba proyectar la moviola de lo sucedido en su memoria. Una silueta a contraluz. Y ahora esa mujer que mira extraño otra vez por aquí. Parecía observarle con una curiosidad antropológica. 

El comisario conservaba algo de oficio y algo de instinto en mitad de ese episodio de amnesia. Intuía que aquella mujer no lo miraba con familiaridad, fingía una cercanía, un vínculo que no tenían ni por asomo. Escuchó unos pasos y sintiéndose amenazado, volvió a tumbarse en el diván en el que había despertado. Ella lo miró con cierta desconfianza pero fingiendo calidez.

- Vuelve a tumbarte ya mismo. Aún te tienes que recuperar del impacto.

- Entonces estoy en un hospital.

- Qué cosas tienes!

Sonrió y el comisario pensó que parecía una mujer fatal estereotipada. Era su imaginación. No recordaba a aquella pelirroja de piernas infinitas. No percibía en su voz ninguna conexión. Los argumentos eran endebles para justificar aquella situación pero tampoco tenía el cerebro lúcido para exigir explicaciones. Decidió fingir cansancio para que ella, fuese real o una imaginación, desapareciera. Le pareció ver como se retiraba hacia la cocina y también cómo parecía querer ocultar un surtido de pastillas y…. claro. Secuestrado. Era la única explicación. O él era alguien importante o sabía algo importante. O había caído en la locura más absoluta. Solo recordó una cosa. Whisky con hielo. Sabía que era lo que necesitaba. Esperaba que su captora fuese generosa con él. Tenía claro que a partir de ese momento, todos en aquella especie de realidad paralela iban a fingir. Pero también percibía una especie de guía en su interior que le ayudaba a dar pasos, a identificar la verdad, a buscar algo que aún no sabía pero que llegaría a reconocer.

En mitad de aquella ensoñación, algo en su conciencia le decía que estaba drogado. Alterado. Quizá podía identificar algún objeto… algo que le acercara a entender qué estaba haciendo allí, qué estaba pasando en su vida. Si conseguía ajustar su dial interno para saber quién era. Algo familiar que le sirviera para tirar del hilo.

Miró por la inmensa estancia. Diáfana, abierta pero en la que se sentía encapsulado. 

- Un teléfono, un teléfono - acertó a decir con entusiasmo, incluso elevó la voz. Sabía cómo hacerlo funcionar pero tras un inicial entusiasmo, la sospecha le sacudió de nuevo. Revisó la agenda: Álvaro, Ana, Atención al Cliente… nombres que no decían nada. Tampoco sabía si era suyo. Aquel artefacto era una herramienta para que le pudieran perseguir. De algún modo recordaba que los teléfonos tienen un localizador y que resulta fácil espiar los pasos, palabras y escritos de los usuarios. Y que tan solo sin la batería dejan de rastrearle la vida a uno. Si lo inutilizaba, estaría perdido para todos. Pero no sabía si quería ser encontrado o no. Ni tampoco por quién. En ese momento encontró un mando de televisión. No encontraba la pantalla. Pulsó las teclas disparando hacia un lado y otro hasta que una pantalla descendió del techo. Imágenes, caras, voces... El comisario buceaba entre canales. Se detuvo en un informativo. 

Es la frecuencia que estaba buscando. Hablaban de una joven hallada muerta a la que habían identificado. Española, no había cumplido los treinta, se dedicaba al mundo de la danza y era la víctima que demostraba que aquella cadena de violencia no era fruto del azar. Que esa ola de violencia tenía un sello y un cerebro. Las chicas, sí…. las chicas estaban en sus recuerdos. Y de nuevo esa mano que parecía pedir ayuda. Y el accidente. Estaba seguro de que él no las había matado. Esa sensación de identidad se iba reforzando. Esa conciencia a la que no le hacían falta ni nombres ni apellidos. Siguió el rastreo por los canales. La televisión de Galicia. Ja! Ya sabía algo más. Estaba en casa o por lo menos cerca. Le destapó el cerebro. Sentía cómo se generaban nuevas conexiones neuronales. Casi como un latigazo eléctrico dentro de la cabeza. De golpe se multiplicaban las sensaciones, aparecían nombres y caras como si pasaran un fichero a gran velocidad. Y hasta le pareció reconocer el paisaje. Pero cuando estaba a punto de resintonizar su cerebro, la vista se le nubló. Cayó en un sueño donde varias mujeres le llamaban desde el agua.

Parecían sirenas. Lo arrastraban al fondo del mar. Al bajar, las algas lo atrapaban. Y cuando intentaba liberar sus piernas, se dio cuenta que aquellas hermosas mujeres eran tan solo cadáveres. Lloró, gritó, se ahogaba.

Esther, Esther - pronunciaba el primer nombre que le vino a la cabeza. Y al abrir los ojos la pelirroja estaba muy cerca, sentada en el diván donde él luchaba contra sus pesadillas. Observando como si se tratara de un experimento.

- Tranquilo. Después del estrés que has pasado es frecuente que tengas pesadillas.

- Avisa a mi mujer. Se llama Esther.

- Yo soy Esther.

El comisario había estudiado la agnosia visual. Y otros múltiples cuadros en los que las personas eran incapaces de percibir los estímulos con el patrón que antes tenían. Pero no era el aspecto, ni la voz, ni el lugar, ni... recordaba aquella maldita casa.

- Me estás engañando.

- Te estoy protegiendo. Y es pronto para contestar todo lo que quieres saber. 

- Entonces, estoy secuestrado.

- Estás pasando un tiempo a cubierto, digámoslo mejor así. Tu tienes una información que yo necesito y tu necesitas saber dónde te has metido. Estabas llegando a un entramado tan potente que ibas a desaparecer sin que nadie preguntara por ti. A estas horas nadie pregunta por ti. Es como si hubieses muerto. Y desde el purgatorio debes ganarte las alas.

El comisario reconoció la metáfora. Qué bello es vivir. Una paradoja de título en mitad de aquella confusión. Una oferta irrenunciable cuando uno no sabe si le espera una condena eterna.

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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