El histórico líder comunista contribuyó de forma crucial a encauzar la transición política española

De la lucha por la República hasta la 'ruptura pactada'

Santiago Carrillo, en una de sus típicas imágenes, encendiendo uno de sus cigarrillos. (Foto: ARCHIVO)
Admirado y cuestionado dentro del Partido Comunista de España (PCE), respetado o temido por sus adversarios, siempre polémico en sus decisiones, Santiago Carrillo contribuyó de forma crucial a encauzar la transición política española por la senda de lo que él denominaba una 'ruptura pactada'. Su apuesta por aceptar la monarquía en un momento en el que el PCE era aún la única fuerza política con implantación real en España imprimió un giro decisivo a la evolución del país.
No fue esa la única decisión polémica adoptada por Carrillo desde que asumió la tarea de reorganizar el PCE al término de la Guerra Civil. Ya en 1956 su política de 'reconciliación nacional' dio lugar a escisiones y abandonos. Las espadas se mantuvieron en alto hasta más de un año después de la muerte de Franco, cuando la capacidad de movilización pacífica que demostró el PCE con su respuesta pública a la matanza de Atocha convenció a un joven Adolfo Suárez para sentarse a pactar con el líder comunista, el 27 de febrero de 1977, las condiciones de legalización del partido.

Este primer encuentro marcó el inicio de una inesperada relación de amistad con Suárez, cuya decisión de legalizar el PCE rompió en dos el bloque franquista y creó las condiciones para la 'ruptura pactada', que desembocó en la Constitución de 1978.


DEBACLES ELECTORALES

Sin embargo, paradójicamente, la decadencia del PCE comenzó con su salida a la luz y, cuando la militancia aún no había asimilado el nuevo modelo de organización promovido por Carrillo, la decepción causada por los resultados electorales de 1977 intensificó las pugnas internas. La debacle de 1982 precipitó su renuncia a la secretaría general. Apartado de la política activa, desde que en 1991 fracasaran sus intentos de reunificar a las distintas familias comunista, mantuvo hasta el final su disposición a atender las peticiones de quienes solicitaban su opinión sobre la actualidad del país, y en donde conservaba la ironía socarrona, rematada por la imagen emblemática de un cigarrillo humeante en los labios o entre los dedos.

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