Me encuentro mirando hacia la casa del Concello de Ourense. Compruebo el reloj. Son las 12,30 de la mañana y el reloj del Concello marca las 16,45 horas. Creí que era cosa de un día, pero lleva así bastantes días. Unas risas se echarán los turistas que a diario se pasean por nuestra y única plaza mayor inclinada. Qué pena de ciudad, que nunca estuvo tan abandonada, dando la impresión de que el Concello funciona tan errático como lo hace su reloj.