De vez en cuando traigo a colación a este repositorio de recuerdos varios episodios de mi paso por el Regimiento de Infantería Zamora 8 “El Fiel”, tan vinculado durante más de cuarenta años a las vidas de miles de ouresanos que pasamos por allí en nuestra juventud y que es fuente de anécdotas y lances de lo más diverso. Hoy quiero contarles una de estas secuencias que me permiten presumir de ser una de las personas que ha ayudado a otorgar estancos de los del tabaco a unas cuantas viudas y huérfanas.
El caso es que los archivos con los expedientes y hojas de servicio de los soldados que habían estado alistados en el Zamora 8 a lo largo de su estancia en Ourense y anteriormente estaban ubicados en la parte alta de una de las alas laterales del conjunto donde se apilaban con orden. Durante la guerra civil, el Zamora 8 fue una de las principales unidades de encuadramiento de los soldados del llamado “bando nacional” en Galicia, de suerte que llegó a contar con 18 batallones. Cabe recordar que, en Infantería, el regimiento es una unidad administrativa, y que las unidades tácticas son los batallones y las brigadas.
El caso es que en este archivo se guardaban los historiales de miles de soldados que hicieron la guerra en sus filas. En el habitáculo donde estaba el archivo había una vieja estufa y me temo que más de una vez, los soldados allí destinados habrían echado mano del archivo para encenderla. Si no, no se explica que faltaran, de modo aleatorio y selectivo hojas o folios de algunos de aquellos expedientes. El caso es que de vez en cuando se recibía un oficio del Gobierno Militar, solicitando copia del expediente de un soldado fallecido, cuya viuda o cuya huérfana había iniciado la tramitación para pedir un estanco, y entre los méritos aducidos para ello figuraba que el padre o el marido sirviera como soldado en el Zamora 8, y que en su caso falleciera en el frente, quedara lisiado por las heridas o simplemente había cumplido su deber.
Y ahora viene la historia: En más de una ocasión, al revisar el expediente faltaban datos esenciales en la hoja de servicios del referido soldado y era preciso reconstruirlo. Y ahí es donde yo entraba en acción. Estaba yo destinado en la Secretaría del coronel, y aparte de mis aficiones a la historia, manejaba bien la propia biblioteca de la unidad. Lo primero que hacíamos era pedir a la imprenta que imprimiera la hoja de servicios en blanco y la dejábamos orear para que cogiera el mismo aspecto que las viejas. Luego, como hacen los historiadores, examinábamos los expedientes anteriores y posteriores de otros soldados de la misma unidad y época. Y ahora viene lo mejor, como yo me encargaba de reconstruir el texto convertía en héroes a todos soldados cuyo historial era preciso recomponer, con el lenguaje propio de la retórica militar de modo que, a todos, el valor no se les suponía, sino que lo tenían reconocido.
Me imagino que, visto el historial del soldado en cuestión, aquellas viudas o huérfanas habrían obtenido el ansiado estanco. En realidad, hacíamos una reconstrucción perfecta, pues leíamos otros expedientes de los compañeros de aquel soldado, los frentes por donde anduvieran y las acciones en que intervinieran. Mi aportación personal era más bien literaria, pues como me manejaba bastante bien en el uso del lenguaje castrense el expediente quedaba notablemente mejorado.
El 18 de mayo de 1969, episodio al que corresponde la foto, con ocasión de la entrega de la nueva bandera al Regimiento por parte de la ciudad de Ourense, se celebró una comida en la que los entonces soldados del Zamora convivimos con veteranos supervivientes de años anteriores, entre ellos muchos que sirvieran la guerra civil a alguno de quienes conté la historia, como recordaba el nombre de alguno de aquellos héroes que yo fabricara, di con algún compañero que lo conociera y que me contó que allí todo el mundo era más o menos igual con idéntico valor y empeño. Todo fuera por ayudar a que una viuda o una huérfana tuviera su estanco.
