Misses y, a su pesar, también musas

No todo el monte era orégano; es verdad. Con todo, algo había cambiado. Es indiscutible que, el contexto histórico en los años treinta, ya no era el mismo contra el que se había manifestado la librepensadora, Belén Sárraga. Algunas de sus proclamas, recogidas en el periódico malagueño, La Conciencia Libre, escrito exclusivamente por mujeres, al igual que las de Emilia Pardo Bazán o Sofía Casanova, ahora, en la República, sonaban heroicas, sí; pero, también anacrónicas. Al igual que la periodista gallega, en el poema titulado, ¡Galicia mía!, en ocasiones, se retrotraían, en demasía, al pasado. Eran miradas retrospectivas, sin más. Del mismo modo que en otros tiempos se admiraba a Aspasia, porque había hecho de Pericles un político memorable, o a Artemisa, reina de Caria, porque había mantenido a raya a los rodios. Pero, la mujer como ser social y político, en la cotidianidad, en condiciones similares al hombre, todavía, era una quimera; incluso en Europa. Tampoco ayudaban declaraciones de personajes mediáticos como Leopoldine, esposa del presidente de Austria, Miklas, al United Press, cuando difundía el mensaje de que la política era cosa de hombres. Foto Pacheco 1933. Recibimento en Vigo a Miss España. Es cierto que, en este sentido, la República, en cuestión de género, al menos, había dado, un giro de ciento ochenta grados. No obstante, también hay que reconocer que este cambio ideológico-cultural es fruto de la marea al alza del número de alumnas universitarias que, en la década de los veinte, se incrementaba en un 340%, y que, por descontado, no era sino el reflejo del gran número de chicas que habían cursado bachillerato en los Institutos de Segunda Enseñanza. Ese fenómeno social le permite acceder a la mujer a un amplio abanico de actividades que podían ir desde la participación política -María Gómez, toma el bastón de la alcaldía de A Cañiza-, hasta la comparecencia en concursos de belleza - Maruja Gómez Iglesias, era elegida miss Ourense, o Emilia Docet, miss Galicia -. Precisamente, el I Certamen Nacional celebrado en 1933 era más que un concurso. Era el mejor escaparate para presentar a la mujer culta española al resto de la civilización Occidental. Tanto la ourensana, con diecinueve años, como la viguesa, con diecisiete, se convertían en iconos, que transcendían el marco local. Encarnaban la apetencia de cualquier muchacha que luchaba por la emancipación. Y aunque las expectativas que la prensa local había creado en la ciudad de las Burgas, luego, tras el fallo del jurado, generaban frustración e incluso, disturbios, por no elegir a Maruja Gómez Iglesias. Era indiscutible que Emilia Docet, desde el principio, tenía todas las papeletas, no sólo para coronarse miss Galicia si no también miss España. Respondía al perfil de la mujer independiente, deportista, estudiante de Perito Mercantil -una carrera preferentemente elegida por hombres- y sin complejos. Cuando posa para la revista Ahora en bañador corto, salvo los que pensaban como San Agustín, cuando le reprendió a Eccidia porque no iba vestida como lo reclamaba su alcurnia; los demás, lo celebraron. Foto Chao 1933. Homenaje a Maruja Gómez Iglesias, en Club Artístico de Ribadavia. Lo que estaba claro era que, con ellas, quedaba atrás la imagen de la mujer gallega heroína o avasallada. El Concurso de Belleza, nacido en Atlantic City ya en la década de los veinte, llegaba en el momento justo a Galicia. Máxime, en un período determinante en el que se dilucidaba el ser o no ser del Estatuto. La intelectualidad gallega no veía sólo en ellas a las mises sino a sus musas. Y, pese a lo que opinasen sus descendientes, bien por opción personal, bien por agenda, participó en tantos actos políticos que un periódico editado en Madrid, La Voz, en abril de 1933 se atrevía a publicar en negrita que aquella joven, que había ganado los corazones de los españoles, ingresaba en el Partido Galleguista. Con independencia de lo que posteriormente pensase su familia, nadie mejor que Emilia Docet para llenar el recinto en cualquier tipo de evento. Los más entusiastas pensaban que su presencia podía eclipsar la figura del mismo Casares Quiroga. Provocaba tal excitación que, a primeros de mayo, pudo rondarle la desgracia… Después de entrevistarse con el Comité de la I Vuelta Ciclista a Galicia, en Ribadavia, y de presidir junto a miss Ourense, Maruja Gómez Iglesias, en el campo Loña un festival deportivo que enfrentaba a una selección de Vigo contra el Ourense, de regreso a casa, hizo un alto en la capital del Ribeiro para cenar en el restaurante La Parra. La multitud deseosa de ver a la reina de la belleza, que estaba a punto de disputar la corona europea, invadió el habitáculo en el que estaba con tan mala suerte que el piso se vino abajo. En un instante se mascó la tragedia. Sin embargo, la fortuna quiso que sólo sufriese heridas leves. Ni le impidió ser dama de honor en el Certamen Europeo, ni ser musa, aunque fuese a su pesar, del Partido Galleguista. Su aparición, con motivo del día de Galicia, en la plaza de la Quintana, en el palco presidencial, al lado de prestigiosos intelectuales que exaltaban el galleguismo -Castelao, Otero Pedrayo, Lugrís Freire, Villar Ponte, Paz Andrade o Bóveda entre otros-, no le generó dudas a ninguno de los presentes. Era evidente, que también con su presencia, la nueva Galicia, le abría sus puertas al mundo.