Obituario | Juan Manuel Álvarez Ortiz, el siempre ingenioso y ocurrente relativizador de la vida

Por el andar de la vida, cuando larga, vas dejando o te van dejando las ausencias de personas que sin ser amigos de esos con los que cafés compartes, paseos, tertulias o aficiones, como si lo fueras o tal te consideraras porque has coincidido con él en varias fases en las que de la vida laboral la más imborrable.

Juan era de estos amigos que sin ser de asiduo trato, confianza tenías para considerarlo tal aunque distintas las aficiones: que si él no practicante deportivo no podría decirse lo mismo como seguidor y conocedor de casi todos de los que con conocimiento opinaba.  Cuando Juan se residenció en la urbanización Ramirás era de los asiduos a las pistas de tenis donde podrías encontrártelo, incluso alguna vez dando unos raquetazos, y si no animando a los tenistas  en los campeonatos gallegos por equipos que se celebran en el Club Tenis, ya desaparecido

Juan Ortiz, porque obviábamos lo de Álvarez, fue ese joven reconocido en la movida orensana de los sesenta cuando andaba cursando Derecho en las aulas santiaguesas en las que no coincidíamos porque él unos cursos más avanzados y yo por libre con asignaturas colgando. Licenciado, Juan entraría en la  Caja de Ahorros, ejerciendo a modo de una secretaría antesala de la dirección General que ostentaba Ricardo Martín Esperanza, como instrumentalizador de préstamos; luego pasaría a la Asesoría Jurídica, antes de ser Caixa Ourense, cuando se hacía cargo  del servicio Juan José Domínguez que había sido de los primeros, desde la fundación de la Caja promovida por  la Diputación, en trabajar en ella. En el servicio de Asesoría estaban Paco Conde, José Luis Teijeiro y pronto Juan, ya ubicado allí definitivamente hasta su jubilación, pasando también por este servicio, entre otros, José Antonio G. Manzano, Joaquín G. Fuentes.

Coincidí con Juan algunos años y siempre contagiado por ese espíritu de banalizar lo vanalizable como si experto en quitar esa pátina de respetabilidad con la que no pocos se recubrían. Su mundo estaba repleto de anécdotas, de buscar el humor que él elevaba con sus ocurrencias a un alto tono en el que no se contenía. 

Casado con Pilar Valenzuela y con tres hijos, Juan, Miguel y Luis, Juanito Ortiz vivió ya desde antes de la jubilación en la urbanización Ramirás, pero nunca se recluyó puertas adentro si no que siempre que podía se venía a la ciudad donde cultivaba una peña de incondicionales de siempre que mantenían ese espíritu de buen vivir de lo que las ciudades pequeñas como la nuestra saben proporcionar a los que la aman como este orensano que deja un huella a caballo de ese humor y esa ironía fina  que solo poseen los ingeniosos que no precisan de la sal gorda para dejar un sentido del humor del que tanto disfrutamos en cualquier encuentro y ambiente, porque en todos se imponía su sentido de sacar punta a las cosas más normales. Ahí residía su ingenio.

Juanito, que en tu partida los hados te acojan allá donde solo tu sabías que podrías ser recibido, y con honores en ese mundo del ocurrente capaz de animar cualquier tertulia de las tantas, incluso de las itinerantes  por las que erraste y donde tan celebrado por ese compendio de ocurrencias, del humor fino que desplegaste como señal de una identidad que especial sello te daba. Un elegido para ese Olimpo de los desenfadados capaces de levantar la sonrisa allá donde las circunstancias lo llevasen.

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