MEDIO AMBIENTE

El río Barbaña, un completo muestrario de todas las contaminaciones posibles

Restos de contaminación consolidados en el fondo de escaso cauce.que ya forman parte del río (JOSÉ PAZ)
photo_camera Restos de contaminación consolidados en el fondo de escaso cauce.que ya forman parte del río (JOSÉ PAZ)

Las espumas provenientes de la depuradora evidencian regularmente la precariedad de la misma para hacer frente a un grave problema, mientras, aguas arriba, la visión es desoladora

A escasos metros del colector donde tuvo lugar -el 6 de junio- uno de los múltiples episodios de vertidos sobre el río Barbaña, un cartel de la Consellería de Medio Ambiente nos orienta sobre el tamaño de las truchas que se pueden pescar, aguas arriba, 19 cm, hacia abajo, 21cm. Servidor después de llegar hasta allí y ver lo que ha visto, lo último que se le ocurriría sería coger una caña e ir de pesca.

Llegar hasta allí no es difícil, el cauce hoy está seco; la última parte del trayecto, desde el arranque del viejo Noalla, directamente sobre el lecho, aunque pedregoso, la ausencia de fangos nos permiten caminar con seguridad. Las últimas labores acometidas por la Confederación Hidrográfica, que ha limpiado la maleza y entrecortado árboles, ayudan a caminar por uno de los ríos gallegos que más está dando que hablar en los últimos años; pertenecer a uno de los concellos con más parques industriales no aporta privilegios, todo lo contrario.

Los rituales de alarmas por el fluir espumoso en vísperas de lluvia, que Pedro Fernández, alcalde de San Cibrao, califica de “alarmantes, pero no nocivas”, han sido constantes. Hay vertidos, muchos vertidos que se escapan al control, incluso sobre el lecho, y eso a pesar de las estaciones dispuestas por la Diputación. Hasta la fecha los únicos que han alertado de algunos episodios han sido los Amigos da Terra y la plataforma Ríos Limpios, así como algunos entusiastas de la naturaleza.



Suma y sigue

El Barbaña nace cerca de Neboeiro, en Paderne de Allariz, lleno de vida y por algunos entornos privilegiados, suma a su vez otros apéndices que recogen las aguas -Reboredo, Pazos de San Clodio-, cuyo lecho llega también a Ponte Noalla, seco y con un manto de vegetación que nos impide ver su aspecto; incluso la propia vía del tren tiene un canal propio que deriva en la vertiente.

Hace años -cuentan- era común visualizar en el Barbaña sapoconchos y nutrias. Los más viejos incluso recuerdan zonas de baño a la altura de Os Ponxos, en Seixalbo, y junto al Polvorín, donde había presas de agua para los molinos; hoy molinos quedan cinco, como vestigios de otros tiempos. Visibles algunos patos salvajes, que, al paso, sobrevuelan con estruendo, innumerables los rastros del jabalí.

Pasado Seixalbo el cauce se presenta calmo, y aspecto, a pesar del verano, saludable, al menos hasta el Polígono Barreiros. Allí, los colectores derivan el caudal hacia el otro margen del río en un rudimentario acueducto que lo sobrevuela sostenido por unas estacas de hierro amarradas en las rocas; todo con un gran impacto, más adelante hay otro, más disimulado, hasta revestido en madera. Las bridas del gran colector, con restos de materiales colgando de ellas, evidencian fisuras. A muchos de los registros les pasa lo mismo, las tapas no son impedimento de amarre. Se ven algunas canalizaciones más o menos disimuladas sobre el río, otras ni eso. Una gran desnivel ganado al río, en parte natural, en otra merced a un gran talud de piedras, vuelven el trayecto dificultoso. Aquí se encuentran restos sólidos industriales de otro tiempo, no demasiados, incluso algunos restos quemados junto al cauce. A medida que éste mengua, aparecen los primeros restos de espuma y algunos aceites.

Aguas arriba, justo cuando el caudal se minimiza, encontramos la presa que nutría de agua de regadío a Seixalbo. El agua se vuelve un remanso continuo a lo largo de más de un kilómetro, con áreas de gran belleza, incluidos dos meandros inimaginables en un espacio que se presumía encajonado. La orografía después se eleva, el cauce se vuelve pétreo y hermoso y poco a poco, al margen del desnivel, el agua desaparece. Camino de Noalla se descubre la parte más amarga, en un paraje que debiera ser todo lo contrario, entre moles de piedra y restos de antiguos molinos. El cauce allí está seco, con restos de líquidos contaminantes, algunos ocres y otros de aspecto aceitoso. El hedor es nauseabundo y penetra de tal manera que te dejará impregnado para todo el día. Restos sólidos, salpicados a lo largo del lecho que se harán continuos camino de la cima, donde se escuchan voces de vecinos que trabajan sus fincas al lado de tan lúgrube entorno. En la cima nos espera Ponte Noalla, un puente romano, en Galicia a todos los puentes en piedra le dicen romanos.

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