Ya son setenta años bailando juntos

No hay música, bailan igual. Bailan porque se le pide, y sus ojos brillan luminosos al compás de unos pasos gastados de reconocerse. De joven Teresa Fernández (95) -el mes que viene, 96- en su Irixo natal era la reina del baile, sin más instrumental que un acordeón, como el día en el que conoció a Manuel Crespo (91), y así 70 años juntos, riendo, viviendo y sin parar de bailar cuando el momento lo pedía. “Eu fun a unha festa, ao San Antonio de San Cosme. Bailamos nun baile, enamorámonos e ata o de agora”. Dicho así, pudiera parecer que sus vidas hayan sido un baile. No, ha sido la excusa, como los aderezos en una buena comida. CASA Y OFICIO “Nesta calle non había nadie, un edificio alá arriba, outra casiña en abaixo”. Como todo el trazado perpendicular a la Avenida de Santiago, todas calles con nombre de ríos, tal como lo conocemos, se gestó en los años 80. La pareja posa ahora delante de una construcción extraña, modelada de intención y pragmatismo, el tiempo ha hecho el resto. Al fondo, la vieja edificación de la Campsa, al lado, una finca cerrada con una ostentosa puerta en ferrería donde hubo un poblado muchos años. Todo allí está inerte. Aunque viven en un edificio enfrente, allí empezó todo. “Eiquí viñemos o 10 de xaneiro de 1961; fixemos a casa e despois aínda aumentámoslle por detrás”. La edificación fue taller de carpintería y vivienda, un oficio -entonces- en el que las habilidades eran más que necesarias. “No oficio non había ferramentas, tiñas que inventalas; eu facía os cepillos se quería traballar con eles”. Como carpintero hizo puertas, muchas puertas, y otros ornamentos demandados en la construcción. “Traballar, traballar, traballar; e despois cantar e ser felices”. Lo difícil no era vivir en la ciudad, “o duro foi antes de vir para eiquí; a vida na aldea -la labranza- era moi sacrificada”. Cuando se jubiló, Manuel se alejó del oficio, por edad y para seguir viviendo. Mantener la actividad física, algo fundamental en la vida de estos nonagenarios. Como pareja son opuestos, él calmado, tranquilo; ella, nerviosa, acelerada; tal vez por eso no necesitan demasiadas partituras, simplemente bailan, bailan; y ríen. Muchos recuerdos, porque la memoria lo es todo, y la de ellos, un regalo. La mesa del salón es un todo de fotos familiares, de sus nietos e hijos, a los que adoran. En vestibulo de la entrada, sobre la pared junto al espejo, una medalla, Teresa dispara su índice contra ella, poco antes había dicho que de joven había ganado un concurso de baile, en O Carballiño. El dedo lo corrobora. “Bailar, l-o q-u-e f-u-e-r-a; onde iba eu había coros”. Incluso ahora que las piernas ya no van tan rápido, ella las mueve de pensamiento. “Eu agora non podo moito, pero as miñas pernas bailan igual”. Manuel tuvo 5 hermanos, el menor tiene 88, la mayor 100, todos vivos; la madre de Teresa vivió 102 años. La genética ayuda bastante, ustedes valoren. En el barrio a la pareja la reconocen por sus paseos, por sus extensas caminatas, de más de una hora, varias veces al día. “Foron tempos, agora andamos como podemos”, a Manuel le sale una risa contenida, grave, pero sin nostalgia; la pareja se ha acostumbrado a vivir al día; el futuro es una forma de presente. Ni en los tiempos más comprometidos de la pandemia el baile se ha alejado de sus vidas. Una vida metódica, ordenada, una visión optimista; también pequeños vicios, como tomar un café en el bar de la esquina, y leer el periódico -La Región-; tras varios meses confinados, un descubrimiento -como nos aconteció a todos-, el del sabor de un café de máquina. A la pareja les asiste una persona -un par de horas- en las tareas de casa. La comida se las hacen llegar sus dos hijos, que se alternan para dormir con ellos por la noche. Más de una vez les han dicho que no es necesario. Un secreto: tres paseos diarios, durante muchos años, de más de una hora. La visión optimista también lo ha sido con la pandemia, Manuel recuerda cómo de niño sus padres mentaban la otra -la del 18- y como la gente también entonces moría de manera continua. “Non se sabía o que pasaba, pero a xente morría; entonces, non había mediciñas, facíanas os farmacéuticos nas casas, eu lembro cando chegou a penicilina”. Fe en la ciencia y en la otra; las misas en Santa Teresita, y durante la pandemia en la tele, en 13 TV. Música, baile, programas de comidas. La tele, ese gran sustento de tantos mayores. Manuel hace tres años que no conduce, porque así se lo aconsejaron sus hijos. Este añó renovó el carné, eso sí. Pues eso.