Deambulando

Trotando la ciudad... y recordando amigos

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photo_camera El remozado parque del Posío.
A mi paso por los jardines del Posío no dejo de sorprenderme como ya acabadas las obras, que parecían las del mismo Escorial, por su dilatación

De bruces me doy con Carlos Villarino, con el que intercambio por casi cinco minutos muchas cosas, que para él la detención milagro pareciese, porque hombre que si no a la carrera sí en solitario paseo, por lo que difícil te conceda más allá de un minuto. Carlos fue ese compañero laboral que tanto resolvía por su sentido común y dominio burocrático a cualquier problema contable o simplemente administrativo. Fue, incluso, acaso contra su voluntad, consejero de la extinta Caixa Ourense, cuando el catedrático Ogando la presidencia ejercía. Me sorprende que me diga que me lee quien tan poco tiempo libre para sus paseos y sus diarias rutinas. Pudiera creerse, que hombre de soledades campestres como deambulando por esos caminos, dirigiese por algún tiempo alguna sección caminantes del Liceo, pues así fue. Cuando otros de acompañamiento por esos caminos, Villarino de soledades, que llena impregnándose de paisaje e incluso de gentes que va hallando en el camino, que aunque alguna vez urbano no dejará que nadie le detenga más allá de unos segundos, como si temeroso de ser asaltado por algún gárrulo, verborreico, barallán o parlanchín a la caza de cliente.

Y en el periplo matutino casi a las puertas del Liceo a su presidente Javier Casares con el que inevitable hablar de la sociedad recreativo-cultural y lo difícil que es sostenerla en un mundo nuevo, paulatinamente en otra dirección, porque si antes las sociedades imprescindibles para reuniones juntamente con las peñas en los cafés, ahora no indispensables y de renovación de socios, quiméricas, porque los tiempos no van por ahí.

A mi paso por los jardines del Posío no dejo de sorprenderme como ya acabadas las obras, que parecían las del mismo Escorial, por su dilatación. Lo que allí se hizo en paseos, herbosos macizos y paseos me pareció acertado, incluso la fontana y la pajarera un tanto huérfana de avifauna con dos éxoticas aves.

Por cualquier sitio, y a la hora del xantar casi vencida, me encuentro con José Carlos Caramés, compañero de no pocas caminatas montañeras, como prejubilado de la primaria enseñanza, ahora en labores de voluntariado en la prisión do Pereiro y profesor de yoga. Cuando dejamos la vida laboral, por imperativos de la edad, no debemos embarcarnos en la rutina de paseos, cafés o andar de tapichuelas, aunque todo muy grato, pero reconfortante cuando llenas tu tiempo libre con labores sociales o trabajos para la comunidad.

Por la rúa, que no avenida Saénz Díez, encuentro a Ángel Figueiredo, impresor que fue, hijo de aquel jefe de talleres de La Región por muchos años. A Ángel, de imprenta en imprenta, lo captamos para que nos imprimiera una revista de empleados de CaixaOurense llamada Corredoira que por varios años existió. Como de moda estaba por entonces una serie de TV en la que Kunta Kinte figuraba como  negro esclavizado, dieron algunos coñones compañeros en llamarle así cuando todo lo contrario por el buen trato y estipendio que recibía. Figueiredo montaría imprenta poco después no Vinteún con menos que varia fortuna, que le llevaría a Santiago al servicio de a Xunta en su oficio de impresor. Ahora, jubilado, dos veces casado y acaso pudiere que una tercera, está aguardando a una nieta a la salida del colegio en bastón apoyado. Charlamos un rato de aquellos tiempos rememorando cuando algún innominado consejero de A Caixa aparecía por la impresora para llevarse los cuestionarios de las oposiciones a empleados, que además de ser entregados a los examinadores o custodiados por el Consejo, sospechamos que alguno se perdería por el camino, por ser clementes con el tal consejero. Así funcionaban unas cuantas cosas por entonces, o si maliciosos somos, puede que hasta hoy se hagan estas trapacerías. 

Abrazos y parlamento en un funeral con Suso Outeiriño, de tan pariente que hijo de primo hermano de mi padre, llamado Antonio, al que decíamos el del bazar para distinguirle de otros parientes. Suso es como la memoria viva de muchas cosas de la ciudad pero que no te atrapa como esos pesados insustanciales sabedores de tanto, quienes más cansancio producen que placer en oír, sobre todo cuando entran en tantos detalles que el hilo principal se va desvaneciendo en favor de tanta minucia que hace farragosa e incomprensible la casi siempre soporífera narración.

Me recuerda Viruca, la viuda de Ruco Lezcano, que nosotros poníamos con k, que cumplía 80 años estos días. Ruco, ese vitalista siempre celebrando el encuentro con cualquier amigo o conocido con muestras de afabilidad tales, incluso para quien no las merecía, que habla de la humanidad de este periodista que fue como la avanzadilla intelectual de esos artistiñas que se reunían bajo la égida de Vicente Risco en el Volter, antes en el Retiro con algunas incursiones en el Parque, allá por los setenta. Ruco, ya jubilado de su etapa en La Voz, escribía brevísimos artículos en este periódico con ese sabor que solía darles, quien fue uno de los sostenes del cine Club Padre Feijóo, redactor en La Región, director de Ferrol Diario, redactor jefe en La Voz y compañero de unos cuantos exámenes en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid.

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