Cartas al director

Claveles siempre vivos

“Grândola, vila morena/ terra da fraternidade/ o pobo é quen mais ordena/ dentro de ti, oh, ciudade…” 
(Zeca Afonso).


Cincuenta años no son nada,  para quienes aún porfiamos en soñar en que se abrirán las grandes alamedas por las que pasearán generaciones de hombres y mujeres libres. Hoy se cumplen cinco décadas del levantamiento militar en el país hermano de Portugal. Único caso histórico en que las fuerzas armadas dieron un golpe militar incruento para derribar una férrea dictadura, para devolverle al pueblo su poder soberano.

Viví aquel acontecimiento, en el exilio, con inusitada emoción. Pensaba en aquellos compañeros universitarios lusitanos en Compostela, que huían de su país para no ser llamados a filas para combatir en contra de los movimientos libertadores en las colonias portuguesas en el continente africano. Al fin, vivirían su sueño de que unos jóvenes oficiales, cansados de tanta sangre derramada en tierra extraña, de tanta oprobiosa dictadura interna, salieran de los cuarteles para derribar un régimen que parecía no tener caducidad.

¿Era posible que un levantamiento militar sin derramamiento sin sangre con algarabía popular en las calles proclamase el socialismo como régimen político?  Así se establecía en la Constitución portuguesa aprobada en 1976: “La República Portuguesa es un estado democrático, basado en la soberanía popular… y tiene por objeto asegurar la transición hacia el socialismo, mediante la creación de condiciones para el ejercicio democrático del poder por las clases trabajadoras…” (Art. 2).

¿Cómo un país miembro de la OTAN desde 04.04.1949, en plena guerra fría con la URSS, se pudiese decantar por un régimen socialista? No lo permitiría Estados Unidos, con la estimada ayuda de la socialdemocracia alemana, como lo harían, después, en la Transición española. Aquel artículo constitucional portugués sería modificado para omitir cualquier referencia de tránsito al socialismo. 

Con socialismo o no, Portugal logró salir del yugo dictatorial de Salazar, abriendo una ventana a la esperanza de una España democrática. Hoy, como siempre, me uno al homenaje anual de aquel 25 de abril de 1974, y hago votos para que perduren los claveles siempre vivos sobre la tumba de Zeca Afonso en Setúbal. Él tendrá, como en su Grándola amada, en cada esquina de este pueblo hermano, un amigo.