Cartas al director

Con la música a otra parte

“¡Válame Dios, y con cuantas ganas debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he de dar este contento, que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, y solo me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya” (Cervantes, “El Quijote de la Mancha, II, Prólogo).

No he tenido más remedio que acudir al prólogo de la segunda parte del Quijote, cuando respondía a la aparición del texto de Avellaneda. Y es que, como diría el Padre Feijóo, más vale la opinión de un sabio que la de mil ignorantes. Según parece, pues, yo formo parte de ese millar. Cualquier texto mío publicado en ese periódico es rápidamente “aclarado” por doctos lectores versados en la materia tratada.

Estos “aclaradores” no tendrán el beneficio de una “contra aclaración” por parte mía. Y no lo obtendrán, porque no hay mayor desprecio que no dar aprecio. Yo no  aprecio en absoluto a los que se identifican con el franquismo sociológico. En sus aclaraciones se identifican. Existe una frase erróneamente atribuida a Cervantes en su Quijote, pero que en realidad su autor es Goethe en su poema “Labrador”. No es una frase del Hidalgo Caballero a Sancho. La estrofa original se transcribe: “Por sus estridentes ladridos/ solo son señal de que cabalgamos”. Mi prosa les turba, y les espolea a la descalificación.

Ahora ladran, y otrora nos obligaban, sin sana réplica, a recitar los Principios Fundamentales del Movimiento, o el discurso de José Antonio en el Teatro de la Comedia en Madrid, con motivo de la fundación de Falange Española. Discurso que fui obligado a copiar 50 veces por aquel profesor de Formación del Espíritu Nacional, que se vanagloriaba de llevar a las claudias a los rojos al Monte do Furriolo desde el penal en el que se había convertido el Monasterio de San Rosendo en Celanova.

Después de tantos años de soportar a aquel régimen, no estoy dispuesto a leer sus  proclamas franquistas. Mis años de castración franquista son ya historia, penosa sí, pero pretérita. Y, como quiera que tienen cabida en el espacio del que me servía, me voy con mi música a otra parte. Me ratifico, sea o no del agrado de los “aclaradores”, en lo que he escrito. Y si en algo tengo que rectificar, es haber ocupado un palco de música del que era un  osado impostor.