Cartas al director

En Cuaresma, miremos al crucifijo

Amig@, este tiempo de Cuaresma nos invita a fijarnos en el crucificado. Y, entonces, viene a mi mente y a mi corazón este hecho de la vida de Juan Bosco. La madre del joven sacerdote, al anochecer, zurcía los calcetines de los jóvenes albergados, a los que Juan acogía y educaba. Un día le dijo: “Juan, ¿no crees que te estás pasando de raya?” Juan no dijo nada. Levantó los ojos al crucifijo, y la madre también… y siguió zurciendo. 

Un amigo de Avión me decía hace pocos días que mis “cartas de amigo” le recordaban sus felices años vividos en el colegio salesiano de Ourense. Y otro amigo de Ourense me decía: “Mata más la lengua que la espada”. Ojalá que esta carta nos anime a todos a escribir con verdad, a hablar con amabilidad y a creer para entender. 

Cristo, en la cruz, dio su propia vida para dar la vida al mundo. Gracias a esta muerte y a la gloriosa resurrección que la siguió, los creyentes podemos proclamar con alegría que hemos sido salvados. Ahí está el núcleo, el centro de toda la verdad cristiana, que podría sintetizarse así: “Existe un Dios salvador y una humanidad salvada”, y esta verdad nos la ha descubierto Jesús. 

“Jesús –dice el evangelista Juan- será levantado en la cruz para que todo el que crea en Él, tenga por Él vida eterna…, porque Dios no ha envidado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17). Así, pues, nuestra religión no fastidia la vida de la gente; al contrario, es una religión alegre, sugestiva, pero también difícil, porque es imposible el fruto, sin sudor; el triunfo, sin esfuerzo; la fidelidad, sin la cruz. 

 “No busco entender para creer, sino que creo para entender”, decía Anselmo de Canterbury, y repetía Don Bosco. Sin orar no se puede creer, y sin creer no se puede orar, ni entender la cruz  ni la resurrección. La cruz es la culminación de una vida radicalmente entregada a los demás. Es el signo de la generosidad más radical y de la fraternidad universal. 

Amig@, con el poeta tengamos presente que “para el camino se nos queda / entre las manos, guiadora, / la cruz, bordón, que es la vereda / y es la bandera triunfadora”.