Cartas al director

OBITUARIO | Elogio necesario

Ha muerto el doctor Luis Montes. Para despistados y olvidadizos: era anestesista y, en su último puesto profesional, coordinador jefe del servicio de urgencias del Hospital Severo Ochoa y responsable de los enfermos en estado terminal hasta el año 2005, cuando fue destituido por unos impresentables como la expresidenta Aguirre y su lacayo en la Consejería de Sanidad, Manuel Lamela, que ahora disfruta, como alto ejecutivo o consejero, en una empresa a la que favoreció entonces como destinataria de la privatización de los servicios hospitalarios. Tenía 69 años y ha fallecido repentinamente de un infarto –como probablemente deseaba, aunque no tan pronto-, cuando se dirigía a un acto en Murcia a favor de la muerte digna, de cuya Asociación era presidente.

Veo en una página de internet de un diario digital la noticia, presidida por una fotografía reciente del doctor, y en su rostro se aprecian los rasgos de toda la bonhomía que atesoraba, así como su mirada transmite la escéptica amargura por las vilezas de que ha sido objeto, a pesar de salir inmaculado en las sentencias judiciales de tribunales a los que hubo de someterse por la inquina maléfica de los sujetos aquí señalados, meros ejecutores de las políticas siniestras de su partido, el PP. Por el contrario, no se admitió su querella contra los falsos acusadores, aunque sí hubo un fallo de 30.000 euros en contra del lenguaraz petimetre y ocasional portavoz del primer gobierno Aznar, Miguel A. Rodríguez.

Sentencias que fueron ignoradas por la señora Aguirre -que había dicho al destituirlo que sería repuesto en caso de salir inocente-, aunque no pudo expulsarlo por tener la plaza en propiedad, pero sí lo hizo con otros 20 doctores, entre ellos 7 jefes de servicio, que dependían orgánicamente del doctor Montes y participaban de su concepción terapéutica humanista y social en favor de la comunidad,  es decir de una sanidad pública. Tuve la oportunidad de conocerlo en un aniversario del suicidio eutanásico  del célebre Ramón Sampedro, así como en una conferencia posterior que dio en Ourense, para defender los postulados de la Asociación Morir Dignamente, y me pareció un hombre digno, íntegro y ajeno al boato o el divismo. Por cierto, no puedo por menos que suscribir todas sus ideas al respecto, para mí y todas las personas que me son más o menos próximas, y desear que caigamos en manos afines en nuestros últimos días.

Sensu stricto, los malnacidos que porfiaron por destruir la vida profesional, su vida, a tan noble personaje como el doctor Montes, no puedo desearles otra cosa sino que sean víctimas de sus farisaicas teorías a favor de otro tipo de muerte que, estoy seguro, en ningún caso desean para sí ni para los suyos. Sería lo justo, dado que no creo en otro tipo de justicia divina.