Cartas al director

Convivencia entre las naciones

Ante la experiencia de la historia de la humanidad, sembrada de genocidios –intelectuales, físicos y morales– y a la vista de este mundo globalizado, de tantos crímenes   como se cometen a la vista de nuestros ojos, nadie puede quedar inactivo, ni conformarse con palabras de repulsa.

Para que la convivencia entre los hombres sea humanamente posible es preciso que la verdad o verdades esenciales que están contenidas en lo que conocemos como Ley Natural, es decir, escritas en la conciencia de cada uno, sean reconocidas universalmente y protegidas por medio de leyes justas recogidas en un ordenamiento jurídico que obligue a todos. Y que respete, por supuesto, los valores contrastados por la experiencia de siglos

Deberíamos respetarnos y querernos como hermanos, pero, como la realidad de la naturaleza humana dañada por el pecado original es como es, cada uno de nosotros tendrá que luchar contra las propias inclinaciones y esforzarse por corregirlas, cuando pongan en peligro valores humanos que se consideran necesarios para una convivencia sana.

Hacerlo será un buen ejercicio que exige humildad, porque en general nos creemos dioses que nunca se equivocan, poseedores de la verdad, cuando la verdad es solo una e indivisible. Vivir según la propia verdad subjetiva, es como pretender acallar las conciencias, y esto es falso.

El mal de esta sociedad es que quiere prescindir de Dios, y Dios no es el problema, sino la solución, como dijo Benedicto XVI. Sin una ley moral religiosa, basada en el temor de la divinidad, nunca habrá paz y seguridad entre las naciones, es la experiencia de siglos de generaciones, porque los hombres se han creído dioses y han actuado siempre como tales.

También se pretende prescindir de la familia. Y la familia, lo demuestra la historia de los pueblos, es el centro y la raíz de la sociedad, lugar donde el hombre aprende el valor de las cosas, de la vida, de la solidaridad y del amor en el calor del hogar. En la familia se aprende a amar para luego derramarlo en la sociedad. La familia es como la sangre en el torrente circulatorio, llega a todos los sitios.

Si se sigue viviendo con criterios subjetivos, según el saber y entender de cada uno, intentar una convivencia sana seguirá siendo una utopía. La sana convivencia solo será posible con un común sentido religioso. Un misterio para el hombre mundano.