Cartas al director

OBITUARIO | Joaquín Lozano Docampo: retazos de una pareja inseparable

Hace poco, cuando inesperado o precipitado para mi que le había visto colgado del brazo de su inseparable María Jesús, como tantas veces, nos dejó con ese silencio que fue como su divisa, Joaquín, al que siempre emparejado veías ya saliendo de su trabajo de funcionario de Hacienda ya dondequiera que fuese en la inseparable compañía de su cónyuge María Jesus, pareja que ya en el imaginario urbano era imprescindible o me lo parecía, donde raramente se veía al uno sin la otra.

Conocí a Joaquín y con él practiqué esa gimnasia de pesas a las que era tan aficionado. El era metódico y tanto se aficionaría al gimnasio que hasta lo tuvo casero. Después de  ejercitarnos, juntamente con Moncho Prada, campeón militar europeo de salto de longitud, y Bernardino Adarraga, campeón de decathlon en los juegos del Mediterráneo, y que como Joaquín había creado un estudio u oficina para colaborar con Hacienda en la catalogación del catastro en Ourense, nos íbamos a echar unas carreras por esos caminos, que era como el remate a la gimnasia de pesas y aparatos, con los subsiguientes estiramientos que los dos reconocidos atletas habían importado como novedad;  aquellos dos en la maduración atlética, Quino acompañándonos y yo empezando mi periplo por el atletismo, de corto recorrido.

Joaquín nació en esta ciudad, en los albores de la II República; yo pensaba que con ese apellido poco común por estos lares sería al menos de Extremadura o algo así;  cuando después de cursar en la academia Xesta, el director le recomendaría que él para las bellas artes dotado,  pues nada, haciendo caso omiso a su preceptor preparó oposiciones y como era hombre de constancia y voluntad firme lograría plaza a la primera en la estatal Administración, e inmediatamente desplazado al protectorado español de Marruecos donde por dos años ejercería en Tetuán y Alcazarquivir, que nos trae a la memoria una famosa batalla donde había perecido el rey portugués don Sebastián, a pesar de ganar la batalla. A los dos años de este traslado fue como aproximándose a su ciudad, destinado a León donde anduvo campeando en sus jóvenes años de amante de la naturaleza, de acá para allá inventariando el catastro. En una de sus salidas al campo le tocaría ir al corazón de los Picos de Europa, en Posada de Valdeón, apareciendo en aquellos landrover que todoterrenos por excelencia en aquellos tiempos, causando estupor la llegada del primer coche a ese pueblo leonés donde los niños no daban crédito al espectáculo de un vehículo automóvil donde solamente carros de vacas o bueyes se veían. Fue como día de fiesta y con cierre de escuela incluido, o al menos el acontecimiento lo merecía. 

Eran más los tiempos que ahora son cuando los funcionarios andaban de acá para allá con la pretensión de recalar definitivamente en su ciudad y cuando destinado a la administración de Hacienda de esta ciudad, por esas coincidencias que la vida tiene conocería a María Jesus Eire, que para siempre compañera incondicional en un trabajo que compartieron como su vida de más de 50 años casados.

Joaquín por varias décadas estuvo en las directivas del Liceo donde habitual era de tertulias; nunca ajeno a los culturales espectáculos, a los acontecimientos urbanos o a donde la naturaleza lo requiriese como buen caminante y pescador, que era su gran afición lo que le metería en algún lance ¿Qué pescador no los tiene? Como cuando tratando de sacar una trucha en una poza de un río, casi a punto de atraparla al arrastrarla con el sedal, se le soltó, y ni corto ni perezoso se arrojó al agua con botas y todo para atraparla, cuando temerario echarse con este tipo de calzado 

Un orensano, dos orensanos, que tanto compartieron, y que en los tiempos que corren o siempre corrieron, ejemplo fueron de unidad y diríamos que de estabilidad. Una ejemplar familia para tiempos en los que prima cierta inestabilidad en el vínculo.

Te recordaremos, Joaquín, como ine-

fable estampa formando un todo con tu María Jesus.