Cartas al director

MIGUEL GARCÍA IGLESIAS

Hace tiempo que escuché que la calidad humana de las personas se mide por la cantidad de amigos que uno tiene. Miguel García era, sin duda, de "esas personas" que podía presumir de estar bien rodeado de un gran número de buenos amigos.

El miércoles 3 de diciembre, día triste por su trágico fallecimiento, nos juntamos una gran representación de sus amigos de siempre, los de Maristas de Ourense, los del Colegio Mayor Gelmírez en Santiago, los de Sanxenxo, los de su etapa de Derecho en A Coruña. Un buen reflejo de todas las etapas de su vida.

No era Miguel persona de lágrimas o lamentaciones, incluso en estos últimos meses reprendió a más de uno por sus lamentaciones y quejas, que nada le ayudaban, por lo que yo tampoco quiero quejarme ni lamentarme, prefiriendo destacar el placer de haber podido disfrutar con él de su amistad durante los últimos treinta años.

Nos conocimos en Ourense en los años ochenta, a pesar de ser él de Maristas y yo de Salesianos. La rivalidad baloncestista no fue excusa para que en seguida conectáramos. Su sentido común, pragmatismo, fidelidad y amable carácter hacía muy fácil divertirse y disfrutar con su presencia. Aunque luego no estudiamos juntos, coincidíamos  en los largos veranos de los noventa con un numeroso grupo amigos, en el que él destacaba por sus buenas maneras y por su liderazgo. Posteriormente, convivimos en la etapa de inicio de nuestra actividad laboral, manteniendo nuestro punto de encuentro en Santiago para "tratar de alargar la vida estudiantil". Los últimos años hemos disfrutado juntos en las tertulias de la playa de Silgar.

Destacaría su talento y sus cualidades innatas para el deporte. Destacó, sobre todo, en baloncesto, aunque como él mismo reconocía, "no había nacido para el esfuerzo y la lucha", deportivamente hablando.

Su buen carácter e inteligencia servían para poder acudir a él en busca de un buen consejo. Sus palabras siempre me eran útiles para reflexionar y situarme, con sus valiosas aportaciones.

Son muchos los recuerdos de su compañía. El otro día, recordábamos alguna de sus frases míticas que, sin duda, permanecerán  en nuestra memoria como homenaje a su persona. Pero hay una que define muy bien su gran inteligencia: "Para ser feliz en la vida, cada uno tiene que conocer su propias limitaciones". Esta reflexión me quedará como recuerdo imborrable de su personalidad. Seguridad en sí mismo, carácter, firmes convicciones, pragmatismo y una gran agudeza.

Deja un gran vacío entre nosotros, imposible de ocupar. En estos días, donde el dolor es reciente, todavía vivimos en una pesadilla que anhelamos pase pronto, en un acto reflejo para tratar de pensar que esto no ha pasado, ya que enfrentarse a la realidad produce una gran desazón y una pena insoportable. Nos  queda su recuerdo y una promesa: nunca te olvidaremos.

D.E.P.