Cartas al director

Obituario | Bondadoso sacerdote

Hay días en los que uno se levanta con sobresaltos. Eran las ocho de la mañana cuando estaba saliendo de casa para celebrar tres misas dominicales en distintos lugares de Lisboa, cuando al abrir mi móvil me encuentro con una llamada perdida y un wasap de dos compañeros, dándome una noticia que hizo que mis lágrimas surcasen mis mejillas por el dolor. Se acababa de morir Manuel González Álvarez. Mi sorpresa fue grande aun cuando el dolor fue mayor.

Era compañero de mi curso y también de ordenación sacerdotal y se unía al otro fallecido hace unos días que también el 26 de julio de 1971 se ordenó con nuestro curso.

Manolo era de mis mejores amigos. Su bondad, cercanía, cariño venía de los años de seminario y con el tiempo se fue acrecentando.

Era de esas personas entrañables a las que podías acudir en cualquier problema. Era físicamente grande pero más aún lo era su corazón que bien supieron descubrir sus feligreses a lo largo de los años. Porque pasó por múltiples lugares hasta recalar los últimos 25 en Pazos de Arenteiro, Albarellos, Salón y Laxas. Después de haber sido administrador del Seminario y permanecer varios años en parroquias de Muiños o de coadjutor en la Stma. Trinidad, Sta. Teresita do Vinteún o Carballiño. O como profesor de religión del Instituto de O Carballiño.

Su ambiente era el apropiado en las parroquias rurales. Era el auténtico cura de pueblo cercano y solícito con los fieles que le querían.

En su casa de Vieite, donde se bebía del mejor ribeiro o se comían aquellas inigualables pavías, personalmente he pasado momentos muy entrañables con él y su madre. Recuerdo la víspera de su Primera Misa Solemne. Cené y me quedé allí donde su encantadora e inolvidable madre Lola nos dio a los dos una charla propia del mejor director de ejercicios. ¡Cuántos consejos nos dio aquella inigualable mujer! Hoy en el Cielo los dos se darán el abrazo de agradecimiento y amor.

Era un buen pastor, un excelente compañero y sobre todo un fidelísimo amigo, que se va con 73 años cuando aún podría haber dado muchas de sus cualidades espirituales.

Descansa en paz, querido Manolo, por tu amistad y, desde ese lugar de paz y sosiego, que bien creo es el tuyo, intercede por cuantos aquí quedamos luchando en el duro bregar. Por eso viene a mi memoria para ti el epitafio de Unamuno: “Méteme Padre Eterno en tu pecho, dulce hogar, que vengo deshecho del duro bregar”. Sin duda eso pido para ti en estos momentos en los que mis palabras se traban en tu recuerdo siempre cercano.