Cartas al director

Autismo

Así titulaba Uta Frith su importante trabajo en 1991, y a día de hoy, con frecuencia aparecen en los medios artículos de opinión o divulgativos sobre autismo o TEA (trastorno del espectro autista). Reconociendo que está bien dar visibilidad y conocimiento, la información no siempre se ajusta a la realidad científica o profesional del trastorno. Recientemente han aparecido publicaciones relacionadas con el autismo en mujeres, comentando que el diagnóstico o la investigación se centraba más en la perspectiva de niños y hombres, y apenas en la de género. O también que el diagnóstico haya sido validado más en población masculina y que no se hiciese más sensible en los rasgos de las niñas. 

Pues bien, hay que aclarar que los rasgos de autismo no están relacionados con la perspectiva de género, sino más bien con la perspectiva neurobiológica de un trastorno que presenta rasgos característicos que afecta a tres áreas fundamentales en la vida de estas personas, alterándolas significativamente: lenguaje y comunicación, interacción social y rigidez cognitiva para conductas y pensamientos (L. Wing, 1981). Estas tres características se dan por igual en ambos sexos, solo que dadas las características del TEA, la prevalencia es de una mujer por cada cuatro hombres, o de una por cada tres según las investigaciones que se consulten (L.Wing, A Rivere, M.Rutter… etc). El autismo se define como un “trastorno del neurodesarrollo” (DSM-5) que se inicia en la infancia temprana (36 meses), edad en la que las niñas suelen presentar mejor competencia en desarrollo de lenguaje, de ahí que se interprete como un factor protector frente al TEA. Por ello, es muy infrecuente que un diagnóstico de esta importancia se realice a la edad adulta, puesto que los síntomas de preocupación ya suelen ser muy evidentes en los padres cuando sus hijos son muy pequeños.

La divulgación o sensibilización del trastorno debería hacerse más desde la perspectiva profesional o de investigación y menos desde una perspectiva común (opinión general de población o personales), por ello deberíamos cuidar más nuestro lenguaje al hablar de una patología tan relevante en la salud de las personas; no es por tanto una condición, sino un trastorno. Entendiéndolo así, ayudaría más a ajustar el tratamiento y las medidas de apoyo a las personas que tienen el diagnóstico.