Cartas al director

Donde las dan...

Estos últimos quince días los he pasado enteramente en la aldea con la única compañía de un perrito, bichón maltés blanco, -por vergüenza canina  le quité la coleta que tenía en la cabeza para no ser escarnio y burla de los demás perros aldeanos-, de mi hija que se ha ido de vacaciones. A media mañana y media tarde solía coincidir con otro paseante, vecino de la parroquia, recientemente jubilado,  profesor que fue de Instituto en “Xé”, como suelen decir con orgullo y pasión sus naturales. Tenía también otro perro, un fox terrier de muy mal genio que insultaba a diestro y siniestro. El mío, pobrecito, de piso y ciudad, daba compasión verlo temblar ante la sombra de un helecho. Al final conseguí que me acompañara sin lazo ni cuerda y que ambos fueran amigos. Pero durante todos esos días he soportado con estoica templanza los comentarios de la falta de valor de mi perro.

El último día que mi amigo pasó en la parroquia, le recordé, así, como quien no quiere la cosa, pero riéndome,  el valor que él demostró aquel día ya lejano.

Había salido del seminario y a falta de tiempo, oficio y aprendizaje estaba dudando qué carrera elegir. Hubo en la aldea que hacer una autopsia y huyendo del trueno para dar en el relámpago, le pidió al forense si podía ver dicho trámite. Este le dio ánimos e incluso autorizó a que yo le acompañase junto a un auxiliar, estudiante de medicina que le acompañaba. Yo desistí. No quise saber nada.

No bien habían pasado ni cinco minutos cuando el auxiliar del forense devolvía de la fábrica al atrio de la iglesia a mi amigo totalmente blanco y líbido, tanto  como jamás vi a otro igual, que agarrándose a la pared de la iglesia hacía vanos y desesperados intentos de vomitar. Con otro amigo lo llevamos a casa. Luego, unos días más tarde, nos confesó que solo aguanto hasta que viendo como el forense sin miramientos de ninguna clase, tal como su padre solía hacer cuando cortaba un tronco de leña, empezó a aserrar la frente del cadáver. Aquel día la humanidad se perdió un médico, pero sin duda se ganó un buen profesor de matemáticas.