Cartas al director

Clínico

Hoy me he puesto a la máquina sabiendo que vale más tener lápiz corto que memoria larga, pero mal anda la raposa cuando anda a los grillos. Vaya que sí. Y así a medio pensar, abandonado totalmente por mi hermana encamada convaleciente en el Clínico, totalmente embobada -igual que en misa, de concentrada que está- con un programa rosa donde una tal Mokekonoséqué y un señor calvo se echan puyas entre ellos, abanicados entre las aclamaciones y censuras de unas damas -todas de muy buen ver- y unos señores, interpelándose a golpe de aullido y rugido constante. 

Ni abrir la boca puedo para ponerme al día, y no solo me manda callar, sino también que no la interrumpa y vaya a dar un paseo. Saliéndome, driblando el libro que golpea contra la pared, aconséjole preguntándole: ¿9 por 8?, y que mejor le iría si repasase la tabla de multiplicar. Cosa que le cabrea extra. Tal a la mujer del viudo recién casado el “ay si viviera la difuntiña”. Va mejorando. 

Solo me queda y me da para ver y meditar en toda esa legión de  acompañantes y familiares de enfermos, cansados y extenuados,  esos que aún conservan una chispa en su cabeza, que no se rinden a pesar de los tratamientos o terapias y analíticas o antibióticos que les ponen en el camino día a día, sintiendo y sufriendo calladamente. Para ellos van estas líneas, para esos que han cogido esas piedras médicas para que las conviertan en sus mejores armas. Y también para esos otros que saben de antemano la desgracia de la despedida que les espera, y degustan calladamente esa tristeza de que se saben impotentes e incapaces, deseándoles la fuerza y fortaleza que los próximos y desgraciados trances les va a deparar.

Pienso también en esas caras risueñas, llenas de  alegría, del que se va de alta, ya medio sano o a medio curar,  despidiéndose de sus vecinos de cama y sala y de todas las enfermeras. Y de las otras caras, de los que se que quedan (mi hermana lleva ya once) pergeñadas de angustias, congoja y preocupación y, sobre todo, de la más sana y pura envidia del que sabe que aún está más cerca, o menos lejos, de marcharse pronto también, igual y lo mismo que ellos.