Cartas al director

Cine, lluvia, y catarro

Las luces se apagaron en la sala del cine para empezar la proyección de la película. De repente, llegó ella. La precedía la luz de la linterna del acomodador. Quedé sorprendido, porque su asiento es el que había libre a mi lado. Una mujer de pelo canoso, recogido tras su nuca y formando ondas. En su cara elegante destacaba unas bonitas gafas. Yo miraba para la pantalla. De reojo visionaba los múltiples gestos de su rostro ante cada escena de la película.

La suavidad con que mano su manejaba el cuello. La sensualidad con la que cruzaba las piernas... Yo estaba viendo dos películas. La de la pantalla del cine, y la de la mujer que estaba sentada a mi izquierda.

Aquella mujer me fascinó. No me atreví a decirle nada. Temía que pensara que yo era un loco que iba al cine en busca de alguien a quien acosar. Y menos en los flechazos. En esa proyección cinematográfica, mis ojos parecían unos platos de cocina. Mirando hacia la pantalla. Y hacia la izquierda. En una escena del film nuestras miradas se juntaron, descubriendo el sonido de la risa de esa mujer.

Como un pájaro volando se me pasaron rápidamente las dos horas de la duración de la película. Me levanté de mi butaca para que ella pudiera salir. Se abrochó su chaqueta. Con su mano derecha sostenía un pañuelo de papel que se llevó a la nariz. Me comentó: "Tuve un catarro grandísimo que me duró casi cincuenta días. Entonces no vine al cine porque no quería molestar a los demás espectadores con mi tos". Al pasar a mi lado, giró su cabeza. Me dedicó una tímida sonrisa. El tiempo, como se presagiaba, anunciaba lluvia. Y ésta no se hizo esperar. Cine, lluvia y catarro.