Cartas al director

El placer de viajar a Galicia

Unos días de estancia en la comarca oscense de Somontano, con parada y fonda en el hermoso pueblo de Alquézar, lo complementé con una escapada a mi querida tierra gallega. Desde el aeropuerto de Vigo me trasladé en autobús hasta Ourense y allí no llegué a tiempo de empalmar con el que iba a Xinzo de Limia. Pero fue el buen samaritano Luís el que  desinteresadamente me dejó a medianoche en un hotel de mi villa natal, donde coincidí con mi primo Porfirio Peláez, pero no con su hermana Paquita, que aún no había regresado de su periplo mexicano. En la capital del antiguo Lethes reverencié, en primera instancia, a las piedras de la casa que me vio nacer, pero no pude saludar al buen amigo Dalmiro Castro, que vacacionaba en tierras del Morrazo. Y no desperdicié la ocasión que me brindó Edelmiro Martínez Cerredelo para tomar unos vinos y, de paso, para que me pusiera al corriente das novas de Xinzo. Saludé a Pepiño Peaguda, a Manolo Meco y a un hijo de Antonio Rodríguez, que fue uno de los mejores profesores que tuve en la academia Santa Mariña.

Fue un viaje perfecto, henchido de emociones, sobre todo, cuando casualmente me encontré con Carlos Gómez Salgado y se me ofreció para mostrarme el Museo Galego do Entroido. 

Pero lo que más me sorprendió de esta visita fue cuando bajamos las escaleras y accedimos a la exposición "Os Mundos de Carlos Casares", el malogrado intelectual gallego con el que in illo tempore compartí amistad y sueños de juventud. En la muestra descubrí viejos recuerdos y alguna que otra imagen en la que aparezco fotografiado a su lado. Paseos por el barrio de abaixo, que ya no es lo que era, por el parque do Toural y por otros recunchos que me trasladaron al paraíso de la infancia. Y en la Praza Maior me fotografié al lado de Carmen Dobaño y de Sesy Peláez. También tuve la oportunidad de pisar el campo de fútbol de A Moreira y de descubrir en Sandiás el hipódromo "Antela" y el aeródromo que hay al lado.  ¡Menuda sorpresa que me llevé! O sea, que ahora resulta que nací en una capital de comarca que también es aeroportuaria, igual que lo es la ciudad en la que vivo desde hace casi 60 años. ¡Manda carallo!  

Y en Allariz no pudimos bañarnos en el Arnoia porque hacía algo de fresquiño, pero aprovechamos para comprar unos sabrosos almendrados y perdernos por su precioso casco vello. Luego  disfrutamos de una xuntanza muy particular, a la que asistieron mis primas, las hermanas Lola y Sesy Peláez, que me hicieron entrega de una copia del árbol genealógico de la familia. Antes de abandonar mi breve pero intensa estancia galaica, me dejé caer por la Ribeira Sacra, Castro Caldelas, Ribadavia, Combarro y por otros preciosos paisajes. La despedida fue en Arcade, donde dimos cuenta de una pantagruélica mariscada en compañía de mi hija Carlota, su marido Ángel y de mis nietos, Judith y Samuel. 

Se dio la circunstancia de que delante de nuestra mesa teníamos una pantalla de televisión que permanentemente emitía  el canal del Real Madrid. Para aportar un poco de criterio a la cosa, fue entonces cuando decidí pagar la cuenta con mi tarjeta Visa-Barça. 

Siempre es un placer viajar a miña terra galega. En esta ocasión, eché mucho en falta la ausencia de mi hermano Celso, que siempre suspiraba por regresar algún día al nido, a su querido Xinzo.