Cartas al director

Ser pobre es estar solo

De lo que se puede hablar hay que hablar claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar. De la pobreza, se ha de hablar siempre con mesura para no herir al pobre y aquellos que consciente o inconscientemente generan la pobreza.

La pobreza da origen siempre un colectivo marginal.  “La clase marginal” no es una comunidad sino una categoría. El único atributo que comparten los seres humanos asignados a esa categoría, es el estigma de la enajenación, de haber sufrido la exclusión. El estigma de una exclusión total de todos los sitios y de todas las situaciones, donde se hacen, negocian, rehacen o deshacen todas las otras identidades humanas y sus derechos al reconocimiento. Ser totalmente excluido por relegación a la “clase marginal” significa ser despojado de todos los símbolos y sellos socialmente producidos y socialmente aceptados que elevan la mera vida biológica al rango de ser social y transformar las hordas en comunidades.  El “colectivo marginal” no es sólo una ausencia de comunidad: es la imposibilidad de comunidad. Ello también significa la imposibilidad de la humanidad. Sólo se ingresa en el género humano a través de una red de comunidades que se reservan el derecho de adjudicar o aceptar una identidad una identidad socialmente legible y respetada. No se puede ser humano fuera de la comunidad de humanos.

La clase marginal  también es una categoría extrema, que busca salir de esa situación y adquirir otra categoría. En esa búsqueda se han originado revueltas, crímenes y asesinatos, que no se diluyen ni con el tiempo ni con solo leyes, sino con políticas justas de distribución de la riqueza. Es por esta razón, que el colectivo de  los marginados se hace repelente por ser un mensajero de infortunio. Los marginados revelan y exhiben de forma brutal una posibilidad espeluznante de lo que preferiríamos no estar al tanto. Lo que le ha ocurrido a ellos puede ocurrirnos a cualquiera de nosotros si no hacemos todo lo posible por mantenernos a flote. E incluso si los hacemos.

El pobre es un mensajero de infortunio. Siempre se intentará rebajar y deformar su mensaje. Pero no podemos descargar en el mensajero el horror que nos causa. Sentirse desdichado, es humillante en cualquier momento, pero nunca tanto como cuando me toca a mí mientras los “otros” sortean las catástrofes y siguen como si nada hubiera pasado. La pobreza más corrosiva es la que niega la pobreza.