Cartas al director

Manuel Murias Romero

Hace aproximadamente un año que debí comenzar estas letras como expresión de nuestra larga hermandad e intensa complicidad; pero no pudiendo hacerlo entonces por la inmensa emoción y tristeza que me embargaba, lo intentaré hacer ahora porque parte de aquellas penas ya se han ido decantando o, al menos, desprendiendo como las hojas de los planifolios de nuestros montes que tanto nos gustaba pisotear durante nuestros días de caza invernal.
Fueron tantas nuestras convivencias y tan excelentes los recuerdos que aún guardo de nuestra niñez y de nuestra adolescencia que, para mí, nunca formarás parte de mi pasado remoto sino de mi presente próximo.
Tener un hermano como tú siempre ha sido un verdadero orgullo para mí. Tú ponías tu gran imaginación y tu portentoso atrevimiento (sempre fuches moi botado pra diante). Pero es que además siempre estabas allí para echarme una mano en el lugar y en el momento preciso, es decir, cuando a mí me daba por repartirles la comunión (dicho finamente) a varios impertinentes que pretendían tocarme las gónadas en el patio del colegio. Eras frecuentemente mi ángel de la guardia y yo solo te he devuelto este favor algunas veces cuando el que se metía en problemas eras tú.
Yo solía ganarte en las aficiones más facilonas (fútbol, baloncesto, voleibol, tenis, etc), pero en las más técnicas, sofisticadas y caras siempre me has ganado tú por goleada (pimpón, billar a tres bandas, tiro de pichón, gastronomía, pesca submarina, ralis automovilísticos por toda España, etc). Nuestro padre nos decía que lo teníamos asombrado porque él, hijo del maestro de un pueblo, solo había destacado en el juego de la billarda y del marro.
Hermano, creo que hay que aprender a vivir para saber morir; tú has realizado las dos cosas con orgullo y valentía, aguantando al final lo impensable cuando ya estabas desahuciado por los médicos y comido “polo bicho”. No sé si, llegado mi momento, sabré estar yo a tu altura.
Siempre recordaré aquellos felices años de nuestra juventud, siempre juntos, inseparables; pero trataré de olvidarme de los dos últimos años de tu vida por todo el sufrimiento que nuestras familias han padecido y muy especialmente tú.