Cartas al director

Objetivo Podemos objetivo Pablo Iglesias

Resulta curioso, si no sospechoso o quizás sorprendente, que personajes como Pablo Iglesias, cabeza visible del movimiento ciudadano Podemos, despierte la unidad prácticamente de todos y cada uno de los medios de comunicación, provoque una línea de actuación común por parte de todos y cada uno de los partidos tradicionalistas de este país, provoque la ira de caducos periodistas o líderes de opinión pertenecientes a otras épocas, a otros momentos, que se resisten al olvido, que es al fin y al cabo lo que la mayoría de ellos merecen tras decenios y decenios engañando, manipulando a la opinión pública, al ciudadano, y todo ello pagado con sus beneficios respectivos, por sus políticos de turno.

Salen declaraciones de históricos personajes, con seriedad propia de momentos trascendentales e históricos, si no fuese todo ello fruto de personajes políticos (de uno y otro color, pasando por el centro si es que este existe) que no son más que el resultado del pánico a perder sus prebendas, sus jugosos salarios, sus codiciados privilegios de casta política, a la que pertenecen y que defienden con todo las armas a su alcance.

Mientras, este sujeto, este personaje, se sienta, espera pacientemente a que la vorágine que le rodea siga manifestando sus decadentes opiniones, sus tristes acusaciones, sus deplorables descalificaciones, y solamente con eso, con la actitud pasiva, sin hacer nada más, conseguirá en poco tiempo ocupar el hueco que hace tiempo estos partidos tradicionales (nunca mejor aplicado este término) ocupaban.

Apostar por algo, por alguien, por algunos personajes nuevos, ideas distintas, proyectos comprometidos, objetivos tal vez de ilusión, pero al fin y al cabo algo por lo que merece la pena luchar, sacrificarse, responde a un cambio en la sociedad.

Me sonrío cuando veo este frente común ante una persona, unas ideas, una forma de pensar, de comunicar, que tal vez sea una ilusión, tal vez un espejismo o una quimera, pero al menos a algunos les hace pensar, recapacitar, ilusionarse. Algo que los llamados partidos tradicionalistas les tenían vedado, algo para lo que estos partidos les consideraban incapaces e incompetentes (por sus propios y deplorables intereses, por supuesto).