Opinión

Esto no es OK Corral

Alguien tan poco sospe-choso de secesionismo de ningún tipo como fue Manuel Fraga Iribarne, presidente que fue de Galicia quizá durante demasiados años, afirmaba repetidamente a quien quisiese escucharle que todas las constituciones, absolutamente todas las constituciones españolas, habían fracasado porque en ninguna de ellas había sido contemplada la necesidad de que el Senado fuese una cámara de representación territorial que ayudase a compensar los desequilibrios producidos por la demografía y los excesos que, sin duda, derivaban del centralismo. Sé muy bien lo que digo. Durante años cené con él, al menos una vez al mes, en el pequeño comedor privado del hoy desaparecido restaurante Vilas, en el Viejo Vilas, cercano al lugar en el que vino al mundo Rosalía de Castro, hoy un pequeño y urbanita parque con un aparcamiento público debajo de él.

Quizá al Senado no le viniesen mal algunas otras reformas, aparte de la propugnada por Manuel Fraga. Estando como están los escaños del Congreso repletos a más no poder de diputados pertenecientes a todos los partidos políticos capaces de conseguir representación en él, quizá no estaría de más que presentes en el Senado, además de los propios partidos políticos, ocupando sus escaños estuviesen, por poner un ejemplo a discutir, desde los senadores de designación real, hasta los representantes de instituciones científicas, sociales, universitarias o de la cultura, amén de los procedentes de las distintas naciones, nacionalidades o regiones, como cada uno de ustedes decidan denominar a las distintas realidades que componen el actual Estado español, el más antiguo y compacto, que no sólido, de cuantos lo rodean, se supone que en función de algo. Un estado, un reino, que dominó el mundo y empezó a dejar de hacerlo en el momento en que llegaron los Borbones y como en la canción habanera mandaron “aparar”.

Manuel Fraga fue un hombre extremado y en ocasiones se diría que, más que violento, que lo era, despótico; capaz de ser un inteligente seductor con aquellas personas de su interés o su conveniencia y soez, incluso soez, con aquellas que consideraba serviles. Capaz de gritar que “la calle es mía” a proponer reformas tan profundas como la que hubiera supuesto su propuesta de lograr una administración única en todo el territorio español.

Lástima que la llegada de Aznar a la Moncloa cortocircuitase la política que Fraga había iniciado en su primer mandato como presidente del país gallego. A todos nos hubiera ido muchísimo mejor y él hubiese pasado a la Historia de Galicia, algo que constituyó, al menos en algún momento, uno de sus sueños más ansiados. Lo venció la lealtad a su partido. Se consolaba argumentando que gracias a su actitud iba consiguiendo una autovía aquí, un corredor allá, una carretera un poco más arriba y se irritaba si le respondías que no pasaría a la historia por haber abierto autovías sino por haber dejado abierto algún camino y le ponías de ejemplo a Castelao que no había inaugurado ni una pista forestal y sin embargo si formaba parte de la Historia de Galicia. Lástima que eso hoy no toque.

Hoy toca hablar del por qué de tanta cerrazón a introducir enmiendas en una Constitución que, a todas luces, está necesitada de ellas sin que nadie se atreva a hincarle el diente empezando a argumentar por dónde y en que aspectos de su articulado será preciso hacerlo, empezando por el que fija la estructuración de un senado que, por primera vez en doscientos años, desde 1812, sea lo que debe ser en vez de un triste cementerio de elefantes que ni siquiera han llegado a viejos sino que simplemente han perdido sus colmillos.

Quizá esté sucediendo así porque dos políticos en ejercicio lo hayan propiciado desviando, bien con su impericia, bien con su ceguera, también con una intencionalidad que no se sabría concretar, pero que no debe ser entendida como colectivamente muy sana, la atención política hacia lo que se cuece en Madrid y en Barcelona impidiendo así contemplar la realidad global española.

Los dos van y nos arrastran a todos por el mismo camino que recorren braceando como un cabo de gastadores, uno, como un torero dando el paseíllo, el otro, los dos con John Wayne haciendo el indio disfrazados de vaqueros. Esto no es OK Corral. La política no debe ser solo cuestión de sentimientos, que también lo es, claro que lo es, aunque es preferible que estos no deban ser muy agitados; que es lo que estos dos seres, repeinado el uno, reteñido el otro, han estado haciendo desde hace ya demasiado tiempo hasta habernos traído aquí, a esta confluencia de caminos, a este encontronazo de sentimientos en la que va a derivar la contienda electoral del próximo veinte de diciembre si no lo remedia el buen sentido colectivo.

¿Habrá alguien, de aquí a entonces, que se atreva a diseñar con claridad el camino a seguir para introducir en la constitución del 78 las enmiendas necesarias? ¿Será capaz alguno de los candidatos a la presidencia del Gobierno de la nación, o del estado, o de esto que se conoce como España, de dibujar un senado en el que nos podamos reconocer todos?

No es esta una cuestión ni de izquierdas, ni de derechas, sino de simple sentido común aplicado en consecuencia de la lectura atenta de los ejemplos anteriores que la Historia nos ofrece. Fraga no era un secesionista, a nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar tal cosa, sino alguien a quien le cabía el Estado en la cabeza –Felipe González dixit, desde luego que antes de que se le vaciase el Estado que también él tenía dentro de la suya- y esto lo reconocemos todos, tanto los que lo expresamos públicamente como los que lo hacían en privado y con la boca pequeña aunque, unos y otros, todos, coincidiésemos en que era un animal político de excepción, muy político, un gran político, pero también muy animal. No dejen ahora sus sucesores que, como a él le sucedió, su lealtad partidaria monte por encima de su debida lealtad a la ciudadanía y hablen claro, de una bendita vez, sobre lo que tienen pensado hacer o están dispuestos a omitir. Y abramos de nuevo el camino a la esperanza.

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