Opinión

"Terra Santa prá difunta"

Allá se nos fue el martes. Me refiero al martes de anteayer que era cuando, hace de ello tantos años que te puedes marear si echas las debidas cuentas de los transcurridos desde entonces, gritábamos lo de "¡martes de carnaval copadera general!" y nos íbamos al Jardín del Posío. Una vez allí, a pocos metros de las aulas de las que nos habíamos ausentado no sabíamos qué hacer. Entonces, a fuerza de pensarlo mucho, acabábamos por cometer alguna salvajada. Les ahorraré descripciones. Generalmente suelen remitir, tales descripciones a ese proverbio (casi seguro que no es chino) que advierte de que "a cabra co vicio da cos cornos no cú".

Así que "martes de carnaval, copadera general; miércoles de ceniza, te espera la gran paliza". Entonces no había carnavales. Estaban prohibidos por ser una fiesta pagana y laica. Ahora esas decisiones parecen mentira y suelen atribuirse a exceso de fantasía de los viejos puestos a recordarlas. Pero menuda la que se armó en Ourense cuando monseñor Temiño, a la sazón obispo de la diócesis, impuso su criterio de no mezclar la celebración religiosa del Corpus Christi, con las Fiestas del Corpus y consiguió una protesta ciudadana que ya casi nadie recordará. Algunos sí, yo entre ellos.

Ourense, entonces, se regía de ese modo. Torrente Ballester cuenta, en una de sus novelas, un episodio esperpéntico ocurrido en Ourense en fechas no tan lejanas como algunos pudieran pensar retrotrayéndolo a la Edad Media. Créanme que fue bastante menos lejano. Falleció una mujer de vida airada, así se decía entonces, profesional ejerciente en los aledaños de la Rúa do Vilar (desde el SXV esos aledaños eran "franquicias" dependientes de los cabildos catedralicios y solían ubicarse en sus proximidades, no solo en Ourense sino en todas las diócesis) y sus deudos, dada la supuesta o real escasez de recursos, la llevaron a hombros hasta el cementerio de San Francisco, allá arriba, en las estribaciones del Monte Alegre que no es de creer que deba su nombre a episodios de esta índole.

Entonces los entierros podían ser muy vistosos. Si los inhumados habían sido gentes pudientes sus cadáveres eran transportados en unas enormes carrozas negras, tiradas por hermosos caballos negros luciendo penachos, también negros y emplumados, en número de dos o cuatro; yo nunca los vi de seis, pero debía de haberlos. Cuando la potencia económica del difunto no era tanta, era llevado encima de una plataforma, arrastrada por un solo caballo, seguida por un solo cura e incluso por ninguno y ni siquiera por una cruz alzada. A esos entierros apenas se le prestaba atención alguna; no convocaban a las gentes para presenciarlos desde las aceras.

En el caso de la puta que nos ocupa, su cadáver fue transportado a hombros, digamos que de su protector y de tres de sus colegas, y seguida por un coro de meretrices y profesionales del sector. Llegados a las puertas de la necrópolis, les fue negado el acceso y se vieron obligados a regresar con el fiambre al casco urbano, que entonces no había llegado todavía hasta donde hoy ya se ha extendido sobrepasando las proximidades del camposanto. La comitiva fúnebre no sabía a dónde dirigirse de manera que, ya en el camino de vuelta, las meretrices empezaron a irritarse con la negativa recibida y empezaron a gritar "Terra Santa prá difunta! ¡Terra Santa práaaaa difuuuuntaaa!", mientras empezaba a llover y la comitiva continuaba su paso.

Poco a poco la gente se fue sumando, mientras la procesión iba decidiendo su destino, de modo que, según cuentan las crónicas, una multitud de cientos de personas -algunos afirman que de miles de ellas-, acabaron delante del palacio obispal, siendo ya noche cerrada, clamando tierra sagrada para aquel cuerpo de una cristiana, licenciosa en exceso, sí, pero cristiana. Se la dieron. Parece ser que también sucedió en carnavales.

Somos un país muy dado a estas expansiones del ánimo. En Pontevedra, en donde el nacional-catolicismo, a la sazón reinante, no consiguió erradicar los bailes de carnaval en las distintas sociedades recreativas, que lo celebraban bajo la convocatoria de "Fiestas de Primavera", todavía se celebra hoy no el Entierro de la Sardina, sino el del loro Ravachol en conmemoración del hecho real del entierro, en carnavales, de un loro yako, de un loro gris, propiedad de Perfecto Feijoo, boticario. El loro falleció en estas fechas y las crónicas si afirman que fueron cinco mil pontevedreses los que asistieron al sepelio. Ravachol se lo merecía. Avisaba a don Perfecto, por ejemplo, de la llegada de la condesa de Pardo-Bazán a la que no podía ni ver. "Perfecto, el pendón de la Bazán", decía. O cuando entraba alguna hetaira conocida clamaba: "Perfecto, una puta, el permanganato". Torrente Ballester también lo cuenta en una de sus novelas. La gente le llama a eso realismo mágico y acepta que Torrente y Cunqueiro lo hayan iniciado mucho antes de que recurriesen a él lo hispanoamericanos. A lo mejor tan sólo es realismo galaico. 

Los gallegos somos así, los de Ouense más. ¿O porque creen que perviven con tanta ancestral pureza pantallas y peliqueiros, cigarrons y madamas? En resumen, que allá se nos fue el martes de antroido. Ya vendrá otro, esperemos verlo.

Te puede interesar