Opinión

Una bicicleta en el verano

Aún faltan veintiún días, pero podemos decir que ya se nos jeringó este y también que "sabe Dios cuando habrá otro verano". Así, con esta misma frase, terminaba aquella película de Jaime Chávarri basada en una obra de teatro de Fernando Fernán Gómez y titulada "las bicicletas no son para el verano". ¿La recuerdan? Se estrenó a mediados de los años 80, después de que hubiese recibido, en 1977, el Premio Lope de Vega. Hace de todo ello un montón de tiempo. Describía, si bien recuerdo, un diálogo entre un padre y un hijo. El chaval había recibido la promesa de una bicicleta si aprobaba todas las asignaturas, pero habían suspendido la de Física y Química, si no me equivoco. El chico era "de buena familia". Tan de gente bien que, en aquellos años, la promesa de una bici solo era creíble entre gentes que gozasen de una buena situación económica, cuál era el caso.

El rapaz suspendió la Física y se produjo el 18 de Julio; ya saben, el Glorioso Alzamiento Nacional, también llamado El Movimiento y se organizó el desastre que habría de durar tres largos y terribles años durante los cuales muchas economías y situaciones familiares se vinieron abajo; las de los protagonistas entre ellas. Así que no hubo bicicleta. Ni en ese verano, ni  en los siguientes. Una de las frases que todos recordamos de aquella película es la que dice que "no ha llegado la paz, ha llegado la victoria". A veces es como para pensar que la victoria, si todavía no se ha ido del todo, ha vuelto; o está volviendo poco a poco. Con independencia de lo que pensemos cada uno de nosotros a este respecto hay hechos que parecen confirmarlo.

La pregunta es la de cuántas democracias occidentales serían capaces de subvencionar con dinero público unas fundaciones de corte nazi o fascista entre cuyos objetivos figurasen los de la expansión y defensa de unos postulados políticos e ideológicos tendentes a la destrucción de esas democracias. Una cosa sería que permitiesen la existencia de esas instituciones así entendidas y determinadas, algo que no sucede en casi ninguna de ellas, pero pensar en que empleasen parte del dinero de los ciudadanos en apoyo de instituciones tan decididas al cuestionamiento de los postulados demócratas es algo que hace sonreír, al menos sonreír, absteniéndonos de calificar el tipo de sonrisa en cada uno de los casos considerados  allende nuestras fronteras.

Los ciudadanos españoles nos sentimos orgullosos de como se transitó de un régimen de partido único a una democracia constitucional como es la nuestra. Nos sentimos así pese a la convicción que algunos tenemos de que es necesario  introducir enmiendas, incluso reformas, en nuestra carta magna si queremos salvar los muebles de lo que se llamó La Transición y la propia Constitución ha ido transformando en La Transacción;  en este ahora que está permitiendo el estado de cosas actual,  tan frágil y deteriorado.

A la existencia de fundaciones, como la Franco, la Millan Astray, la Serrano Suñer, la Yagüe, la Primo de Rivera, la Queipo de Llano, la Blas Piñar o la Ramiro Ledesma, hay que sumar la partida de siete millones de euros anuales que los presupuestos generales del Estado reservan para los supervivientes de la Guardia Mora de Franco y la aparición de pintadas con símbolos falangistas. El yugo y las flechas pertenecieron a los Reyes Católicos, pero sucedió con ellos como con el resto de los símbolos y colores nacionales que, siendo propiedad de todos, fueron usurpados por una parte significada de la sociedad española en detrimento de otra parte, tan española como ella. Todavía hoy son recordados en las paredes de las iglesias aquellos que murieron por Dios y por España como si los del otro bando lo hubieran hecho por el diablo o por México lindo y querido. A todo ello, y aun a más, habrá que sumar la insistencia de algunas cadenas de televisión empeñadas en emitir imágenes de Franco, brazo en alto, y su recurrente insistencia en habituarnos a ver desfilar, precisamente brazo en alto, tanto bizarros flechas y cadetes en esas mismas pantallas.

Estas manías no son de ahora. Torrente Ballester, mi admirado novelista, mi querido amigo desafortunadamente fallecido, no hace demasiados años que instaba a los salmantinos  a no enviar a Cataluña los archivos históricos en virtud de los derechos que habían adquirido por la conquista de las armas. Así no vamos a ningún lado y lo sorprendente es que hayamos llegado hasta este. ¿Merece la pena conservarlo? Soy de los que cree que sí, que merece la pena conseguirlo y que mejor será que en vez de que regrese la victoria llegue de una vez la paz, sobre todo a las conciencias; empezando, claro está, por la común y colectiva que anida en el fondo de nuestras conciencias individuales y todavía está tan repartida.

Se dice así porque de una vez nos merecemos tener una bicicleta en el verano; más aún si aprobamos de una bendita vez esa maldita y colectiva asignatura pendiente que tantos años lleva coleando. Es tiempo de pensar en ello, ahora que el verano concluye y se avecina ese otoño que nos tememos caliente sin que lo deseemos en absoluto. Así que, cada uno que piense lo que quiera, pero que el dinero de todos no sufrague las ideas de unos, sino las del ideario demócrata que nos abarca a todos y menos aun si a lo que inducen es al silenciamiento de las ideas de otros. Y aquí paz y después gloria.

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