Opinión

Estatuarios o don Tancredo

Pocas cosas hay más deleznables en el estilo que utilizar la terminología taurina -o náutica- en plan metafórico. Pero más como un homenaje a José Tomás que como un recurso literario, me voy a permitir hoy diferenciar entre los llamados estatuarios y el conocido don Tancredo. Los dos consisten básicamente en lo mismo: no moverse; pero mientras los primeros encierran arte y valor, incluso una especie de misticismo o arrobamiento (en el caso de José Tomás) y culminan con el toro pasando una y otra vez por el engaño, el don Tancredo carece de estética y hasta de razón porque se basa en hacer creer a la res que aquello inamovible es una cosa contra la que -por su propia bien- no debe embestir.


Se preguntará el lector a qué viene esta disquisición taurina escrita, además, por alguien que ni es demasiado aficionado y que odia estos símiles. Pues viene a cuenta del ya casi inmediato Congreso del PP y de no pocos congresos anteriores de casi todos los partidos.


Pues bien, en el Congreso del PP pueden ocurrir varias cosas: que Rajoy y lo suyos se queden como estatuas, quietos en sus posiciones, y el toro de los críticos ni tan siquiera entrevista. Mal asunto. Otra posibilidad es la contraria: que el don Tancredo lo hagan los críticos y entonces todo sería mucho peor porque ni siquiera habría toro en la plaza ante el que no moverse; conociendo a don Mariano, si nadie levanta la voz, no la va a levantar él que sólo aspira al sosiego. La tercera posibilidad, la más deseable, es que unos y otros se planten en Valencia dispuestos a lo estatuario, es decir, a no ceder en sus argumentos y en sus criticas hasta culminar la faena sin haber dejado terrenos al contrario. Luego un pase de pecho para que todo vuelva a la normalidad y, lógicamente, sin estocada final. Hacer sangre nunca ha dado buenos resultados.


Para abominar de los símiles taurinos, no he estado mal. Pero resumo tanta metáfora. ¿Cuál es la realidad del PP a día doy? Que ha perdido dos elecciones y que tiene la obligación de preguntarse por qué, de enderezar su política sin moverse del terreno que le es propio pero sin empecinarse en insistir en cosas que ni resultan, ni conducirían más que a perder, otra vez, en 2012. Ya sé que escribir estas recetas es mucho más fácil que tragarse luego las píldoras prescritas porque aquí no hay toro y torero en la soledad de la plaza sino una amalgama de sinceridades opuestas, deseos de poder, necesidad de sacrificios y vanidades personales. Pero las cosas están así y aunque nadie se lo quiera plantear en serio, el final de la UCD, aquella voladura controlada, tenía -peligrosamente- los mismos ingredientes que este Congreso del PP. No se va a repetir la historia, pero les quedan cuatro años para convivir y es mejor llevarse bien.



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