Opinión

Las memorias también emigran (II)

Llovía sobre Providence; agua fría, medio congelada. El tráiler con la mudanza, con nombre simbólico, Maryflower, llegó a media tarde, ya oscureciendo. En un traspiés, muebles, cajas de libros, colchones y enseres de cocina quedaron amontonados en un tercer piso, en una atractiva casa de apartamentos de ladrillo, pintada de blanco. No fue fácil acostumbrarse. Echábamos de menos la casa de Urbana, de tres niveles (trilevel), con un amplio garaje, un patio cercado y una pequeña finca bordeada por dos decenas de robustos pinos. No había vuelta atrás. El barrio del East Side era el más selecto de Providence. En su parte norte, en una de sus colinas, Brown University, un campus elegante, coqueto, fácil de caminar. Nada tenía que ver con las impresionante serie de edificios de la Universidad de Illinois; residencias de estudiantes, gran estadio de fútbol, baloncesto, excepcional biblioteca. Un gratuito servicio de autobuses de la universidad, al igual que su aeropuerto, servían a la comunidad universitaria en sus desplazamientos dentro del campus, o desde las ciudades cercanas (Chicago, Indianápolis). 

En los últimos años, previos a mi llegada, Brown University había estado en la palestra política y al frente de las protestas estudiantiles. Un numeroso grupo de sus alumnos, dinámicos, activos, organizaban radicales manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam, de los bombardeos sobre la ruta Jo Chi Min, en Camboya, y en contra de la política del presidente Nixon. Eran acérrimos críticos de la política Henry Kissinger. La institución era reconocida a nivel nacional por su activismo político, en la brecha como oposición y como crítica feroz. Y estaba presente en los noticiarios de las cadenas de TV más importantes del país, beligerante, dado su carácter liberal, a la sombra de Roger Williams, el fundador de Providence. Nuevos enfoques iban adquiriendo nivel académico en forma de programas, centros, institutos. Los estudiantes eran conscientes de su pertinencia como grupo social, sexual, étnico y cultural. Las contradicciones eran obvias: universidad de élite, selectiva, convertida en bastión de su propia constitución histórica y racial, fundada con las grandes fortunas amasadas con el tráfico de esclavos. 

Llegaban de todas partes. “–Me llamo Alexandra de Grecia”, dijo al sentarse enfrente de mi mesa, a la primera hora de la tarde, a eso de las tres. Era alta, morena, apuesta y un tanto casual. Me extrañó el nombre. Se llamaba Alejandra y decía ser “de Grecia”. “–Ya, yo soy español, pero no soy Xusto Varela de España”. E insistí de nuevo, “–pero, su nombre verdadero es ...”, “–Alejandra de Grecia”, repitió con firmeza. No insistí, pero en un instante se me reveló el enigma. Alejandra, hija de Constantino, el ex monarca de Grecia, sobrina de la reina Sofía. Le firmé los documentos y con elegancia se levantó de la silla y se alejó por el pasillo. No la volví a ver. Era el curso académico en el que se hablaba de las siete princesas europeas matriculadas en Brown. Era una de las universidades más solicitada a nivel de pregrado (un hot College). 

A mediados del semestre del otoño se celebraba el popular Parents Weekend. Su objetivo, que los padres visiten a sus hijos para alentarlos en su nueva experiencia universitaria; que compartieran con ellos una tarde de competiciones deportivas; que se reunieran con los profesores, e intercambiaran ideas sobre la filosofía pedagógica del profesorado. E incluso, si lo deseaban, visitasen las clases a las que asisten sus hijos. 

Se les veía pateando el campus, de un edificio a otro, con la lista de clases, descripción del curso, número de aula, nombre del instructor. Fue destacada la presencia de Jane Fonda, cuya hija tenida con Roger Vadim, el prestigioso director de cine, pasaba su primer semestre en Brown. Apareció en su clase sobre literatura colonial latinoamericana: Diario, de Colón; Cartas, de Cortés; Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca; Historia verdadera de la conquista de Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo; Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas; Sor Juana Inés de la Cruz. Jane Fonda siguió el coloquio participando en el breve debate que cerró la clase. La instructora quedó sorprendida del manejo del discurso crítico de la actriz. 

Su hija no regresó el siguiente semestre. Una breve nota del periódico estudiantil la situaba con un permiso de ausencia en Guatemala, inmersa en un poblado maya, y organizando un activo grupo de ayuda social y pedagógica. Se asoció con la activa labor llevada a cabo por su madre durante los tumultuosos años de la guerra de Vietnam. De ahí el refrán, sin ninguna connotación peyorativa: “de tal palo, tal astilla”. 

Jane Fonda llegó acompañada de Ted Turner, el fundador de la innovadora compañía de televisión CNN cuyo motto era “noticias al instante y desde el lugar en que suceden”. Distinguido alumno de Brown, por razones familiares tuvo que abandonar los estudios sin terminar la carrera. Fue agasajado con esmero por la oficina que gestionaba las relaciones con los exalumnos (Old Alumnii), con miras a una sustanciosa contribución económica, y a ser investido con el título de Doctor Honoris Causa, en la espectacular ceremonia de la graduación que cierra el curso académico. Sic transit...

Te puede interesar