Opinión

El palestino Edward Said

Coincidimos en la prestigiosa Columbia University, Nueva York. Nos entrecruzábamos con frecuencia en los largos pasillos de Hamilton Hall, el edificio donde Edward Said impartía sus populares seminarios, dos veces a la semana. Afable, sonriente, con un pausado caminar, pensativo, como si fuera rumiando sus brillantes presentaciones. Ya de aquellas, aún muy joven, había ascendido al puesto mas alto del ranking académico en pocos años: Full Professor (catedrático). Se reconocía su celebridad, su fama internacional basada, en parte, en publicaciones pioneras. Se había convertido en líder en un nuevo campo de pensamiento crítico: los estudios postcoloniales. Ofrecía nuevas lecturas de los grandes textos de la cultura de Occidente. Ávido lector de los presupuestos teóricos de Michel Foucault (en parte su guía intelectual), y no menos de Noam Chomsky, Jacques Derrida, Giles Deleyze, afianzó sus lecturas literarias entretejiendo cultura e imperialismo, reflexiones sobre el exilio, sobre el problema palestino (The Question of Palestine). Iba de la mano de Noam Chomsky, de ascendencia judía, en su acerba defensa de la “causa palestina”. Una nación para su pueblo y la devolución de las tierras anexionadas por Israel.

Siempre el eterno exiliado. Nacido en Jerusalén bajo el mandato británico, en el seno de una familia árabe cristiana, hijo de un próspero comerciante de origen libanés. Con apenas doce años, Said fue testigo de la gran expulsión de palestinos (Nakba) de sus tierras y lugares en 1948. De la noche a la mañana, sin casa, sin tierra, sin país. De Alejandría (Egipto) a Líbano, a los Estados Unidos, y como brillante estudiante, licenciado por la Universidad de Princeton, maestría y doctorado por Harvard en literatura inglesa y comparada. Ya en la universidad de Columbia ocupaba la cátedra de ambas materias. La asistencia a sus seminarios de maestría y doctorado era muy concurrida. Su humildad y empatía superaba a su fama como académico y como riguroso investigador. En 1992 fue nombrado miembro de Foro de Sabios de la Unesco y, diez años más tarde, se le concede el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. 

La singular biografía de Said refleja en parte el enfoque de sus numerosos escritos. Y no menos su tránsito por varios países y ciudades, por colegios de prestigio (Colegio Victoria en Alejandría, Mount Hermon School en Massachusetts) y universidades de renombre. Fluidez en inglés y francés, al igual que en árabe, Edward Said manejaba también textos en español, italiano y latín. Le abrían ventanas, dado su origen y su posición académica, al intercambio cultural entre el Oriente Próximo y las culturas europeas. Así lo refleja en su libro Orientalism (1978), de amplia difusión. El mismo título fijó un concepto crítico plenamente asumido en los estudios postcoloniales. Es decir, la representación política, social y cultural que estableció Occidente, principalmente Francia y el Reino Unido, sobre el Oriente Próximo, se pusieron al servicio (filología, historia, lexicografía, teoría política, economía) de una visión imperialista sobre el mundo árabe. Tal es la propuesta de Orientalismo. Las referencias textuales que maneja Said, pensadores y escritores del siglo XIX y XX, legitiman un vocabulario y un discurso sui generis sobre Oriente y el Islam. Occidente le impuso una identidad que le es ajena. Creó una realidad que describían sus viajeros, literatos, pensadores, historiadores, antropólogos.

Con el paso del tiempo, textos escritos en Occidente fueron confirmando una realidad imaginada como verificable. Orientalismo de Edward Said es el gran manual de la ficción imaginada por viajeros y relatos, en muchos casos, no escritos in situ. Vienen al caso Los cuentos de la Alhambra del incansable viajero norteamericano Washington Irving, y siglos atrás, la fabulosa historia de El Abencerraje, que encabeza el género de la novela morisca española en el siglo XVI. Y no menos la figura de Joseph Conrad en sus escritos sobre el colonialismo belga en el Congo. Orientalismo cuenta con numerosas reediciones, y ha sido traducido a varios idiomas. En esta apopular monografía Eddward Said asentó un concepto clave en el desarrollo de los estudios postcoloniales y orientales. Cómo se formula la identidad de un país, cultura o raza, a través del ojo ajeno. Se deforma la visión humana de lo concreto: representaciones entrelazadas, incrustadas y entretejidas con muchas otras realidades. Se asume la presunción de superioridad sobre la que se basa el europeísmo sobre el Oriente Próximo: irracional, violento, despótico. Es decir, expone Said, las representaciones culturales sobre Oriente Próximo se convierten en herramientas de dominio y control. 

Recién doctorado de Yale, llegué a la Universidad de Columbia como Assistant Professor. Edward Said ya era para mí un referente a tener en cuenta. Leía y releía algunos de sus libros. Coincidíamos en Hamilton Hall, donde tenía su despacho y donde yo enseñaba tres días a la semana, a la caída de la tarde. Coincidía el mismo edificio con el hispanista Karl Lwig Selig, de origen alemán, judío, de aquellas editor de la Revista Hispánica Moderna, fundamental en la difusión del hispanismo en tierras americanas. Había una buena sintonía entre Said y Selig, pese a las diferencias de raza, religión y de enfoque académico y crítico. 

(Parada de Sil)

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