Opinión

La reina mártir: María de Escocia (II)


Ya desde el mismo día de la ejecución de María Estuardo, reina de Escocia,  contó con una variedad de versiones, de testigos in situ, de referencias oídas, algunas complementarias, otras divergentes. Pasó una cuarentena de años desde que la biografía de María Estuardo, escrita en latín, de manos del fraile dominico irlandés George Conn, detalló el proceso de su ejecución. Le habían precedido, envueltos en una aureola de reina inocente y mártir en el mundo católico, numerosos testimonios orales y apócrifos, y un gran corpus de versiones literarias, en versos, dramas, epitafios, opúsculos y relatos epistolares. De hecho, tanto en vida como ya muerta, las opiniones sobre María Estuardo fueron divergentes, encontradas. Para sus defensores y apologistas fue una víctima inocente: un títere político manejado por ambiciosos Lores escoceses, a su capricho y al aire más conveniente para cada clan: Hamiltons, Douglas, Lindsays. Entrelazados sus intereses con los de Francia y en alianza a veces con la Corona inglesa. 

Para sus difamadores, María era volátil, caprichosa, emocionalmente inestable, emotiva. Se dejaba llevar por sus instintos sexuales. Gobernaba con el sentimiento y no con la razón. Se la calificó de femme fatale, de hábil manipuladora, sensual, fastuosa y arrogante, de astuta y a la vez carismática, incapaz de controlar a un país (Escocia) hundido en facciones y clanes encontrados. Sin embargo, dominaba con talento el espacio público. Y tramó con acierto sus movimientos, aventajando y sorprendiendo con frecuencia a sus adversarios en sus múltiples viajes y cambios de su entorno cortesano. Se movía con frecuencia de castillo en castillo.

La imagen de la mujer adúltera, asesina, tejida por sus rivales, contrastaba con la mujer elegante, de exquisitos modales, hábil, inteligente, paciente esposa, madre devota, defensora de su fe. Una reina con dos caras: la beatífica y la malévola. Y un doble discurso narrativo que avalan biógrafos y minuciosos historiadores movidos por creencias religiosas e ideologías en un intento por imponer el imperio de la Fe de una nación sobre otra. Los escritores protestantes cargaban la culpa sobre María y exoneraban a Isabel de Inglaterra. Del mismo modo los historiadores católicos. Unos creían que su muerte fue un merecido y justo castigo.  Los fieles escoceses vieron su ejecución como resultado de una serie de calumnias y de crueles difamaciones. Destaca la elegía del poeta y jesuita, Robert Southwell, venerado como santo en la Iglesia Católica. 

A finales de octubre de 1587 el personal al servicio de María Estuardo llegó a Paris después de una larga detención en el castillo de Fotheringhay, en Inglaterra. Entre ellos, su médico Dominique Bourgoing, su cirujano Pierre Gorion, y sus dos damas, Elizabeth Curle y Jane Kennery, testigos de la ejecución. La vivencia del trágico espectáculo aún estaba fresca. Basado en varias entrevistas, Adam Blackwood redactó su Martyre de la Royne d’Escosse, que conoció en menos de dos años cinco ediciones. Añadía en cada una nuevos episodios. 

Para Edmund Spencer, en The Faerie Queen, Isabel I de Inglaterra encarnaba la gloria nacional. Sin embargo, para los países católicos se le aplica el calificativo bíblico  de “la Jezabel inglesa”. La versión inglesa insistía en que el veredicto final de la ejecución se llevó a cabo a través de un juicio sumario en el que se demostró su conspiración contra la reina Isabel. El vívido relato de la servidumbre de María fue más fehaciente. Su biógrafo, Adam Blackwood describió los resultados de su autopsia. Revelaron una salud precaria, un mal trato y una obvia decrepitud física causada por los diecinueve años de confinamiento. 

Es decir, entre la muerte de María Estuardo (1587) e Isabel I de Inglaterra (1603) una variedad de discursos narrativos  y de géneros (panfletos, eulogías, poemas de ocasión, fragmentos biográficos, dramáticas evocaciones, elegías), realzaron su figura: inocente y mártir. Óperas y dramas (Gaetano Donizetti) y Friedrich Schiller)  encubrieron su figura, en pleno romanticismo, con la aureola de inocencia y martirio.

Parada de Sil

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